28 DE NOVIEMBRE.

Treinta y cuatro días antes.

Narra Dante

Son las tres de la mañana, hemos terminado las carreras de autos y ya muchos han comenzado a retirarse, solo queda nuestro reflector encendido y las luces de pocos autos.

Melisa, mi hija, está junto a sus amigos mostrando su nuevo auto que ganó esta noche, un Mustang GT de 1967 color negro brillante con dos líneas blancas que lo atraviesan de extremo a extremo en su parte superior.

- ¡Mel! - le grito a mi hija y cuando voltea le hago señas para que entienda que debemos irnos.

Mientras Alejandro sube los autos a la grúa, yo apago el reflector y guardo los cables eléctricos para marcharnos, luego de eso converso con Gabriel y decidimos que me iré con Alejandro y Mel se irá con él.

Volteo ver a Mel, se ve radiante de la alegría, siempre ha querido un Mustang y esta noche ha ganado uno, estoy orgulloso de ella pero comienzo a sentir que la vida que le ofrezco no es la que se merece.

Camino hacia el vehículo mientras que los chicos se despiden de sus amigos y éstos se marchan primero.

- ¡Es hora de irnos!- grito con fuerza y hago un gesto con la mano.

De pronto un auto se acerca a toda velocidad, oigo el rugir fuerte del motor, volteo a ver hacia la dirección de éste y me doy cuenta que en el medio de la carretera está mi hija, totalmente expuesta ante la gran máquina que viene hacia ella.

Miro a Mel, ella se ve contenta, victoriosa, hermosa y ajena a lo que sucede.

El auto ruge más fuerte y se acerca más rápido a ella.

- ¡Cuidado!

Grito tan fuerte que siento una punzada en mi garganta, corro a toda velocidad hacia ella y la empujó con todas mis fuerzas sacándola de la carretera.

Oigo el fuerte impacto, siento como mi cuerpo sale disparado por el aire, en el momento no siento ni entiendo nada, hasta que unos metros lejos de mi posición inicial caigo con fuerza en el pavimento, un fuerte golpe en mi cabeza me deja aturdido, cada una de mis articulaciones duelen con mucha agudeza, no puedo mover mi cuerpo y solo deseo qué mi hija esté bien y huyendo de la persona que haya querido hacerle este mal, miro al cielo cómo pidiéndole a Dios que la cuide y la proteja porque si este es mi último día, en el momento que yo muera, mi hija, mi tesoro, queda sola en este mundo.

Cierro mis ojos con fuerza y grandes lágrimas salen de ellos, los abro, respiro profundo y cierro mis ojos nuevamente intentando olvidarme del intenso dolor que hay en todo mi cuerpo, poco a poco siento más dificultades para respirar, un gran mareo se apodera de mi cuerpo.

- ¡Papá! ¿estás bien?, háblame.

Escucho a mi hija pero no puedo abrir mis ojos y aunque no pueda verla sé que Gabriel está con ella.

- ¡Llévatela!- es lo único que logro decir.

- ¡No me toques!, no me iré de aquí- oigo a mi hija pelear, como siempre, tan necia y poco dócil.

- ¡Vayánse yá!, la policía… – solo eso logro decir antes de perder el conocimiento.

 Despierto y a lo lejos comienzo a oír sirenas de ambulancias o tal vez de la policía, Mel viene a mi mente, intento comunicarme con ella aunque sea en pensamiento “hija si puedes oírme quiero que te vayas lejos, que inicies una nueva vida apartada de los que te desean mal, no puedo protegerte así que hazlo por mí”.

De pronto el dolor desaparece de mi cuerpo, paz y tranquilidad puedo sentir, miro a mi amada esposa caminar hacia mí con una sonrisa radiante y en ese momento entiendo que yo he muerto.

Un fuerte sonido se oye, con la mano había golpeado la pequeña mesita junto a mi cama y ha caído la lámpara al suelo, en ese momento despierto exaltado y aturdido por la pesadilla que acabo de tener, miro desconcertado a mi alrededor, observo mi cuerpo con detenimiento y busco mi teléfono para ver la hora y fecha.

- ¡Fue tan real!- digo en voz alta y presiono mis sienes con ambas manos, estrujo mis ojos y me dirijo al lavabo.

Es el quinto sueño que tengo en lo que va de mes, en todos quieren hacerle daño a mi hija y yo lo recibo por ella.

Me lavo la cara con abundante agua fría y me observo nuevamente en el espejo, con pensamientos confusos, pero hay uno que está muy claro “amo a mi hija y no quiero dejarla tan pronto”.

Me voy a la cocina, preparo café mientras pienso en la vida de mi hija a mi lado, quiero darle una mejor oportunidad y que esté menos expuesta a peligros, tal vez este sueño sea una advertencia.

Apenas son las cuatro de la mañana, mi corazón sigue agitado por el temor que siento de que alguien quiera hacerle daño a mi pequeña, voy hacia el cuarto de estudio, me siento inspirado para escribirle una carta a mi hija diciendo lo importante que es ella para mí y los deseos que tengo para su futuro, no sé por qué lo hago pero el impulso me lleva hacerlo, como si el sueño que acabo de tener se tratara de una premonición.

Busco en el cajón de mi escritorio el pasaporte de mi hermosa Melisa, esa era la sorpresa que estaba preparando para su cumpleaños número veintidós que se celebra el 10 de enero.

Le hice creer que estaba juntando dinero para pagar mi seguro médico pero la verdad es que ya lo he pagado, también cancele el servicio funerario que cuando perdí a mi esposa entendí que eso era algo importante que debía mantenerse al día, he pagado las cuentas de la casa y el taller, por primera vez en mucho tiempo estoy solvente y tengo todo al día.

Le dije esa mentira a Melisa porque es muy preguntona y yo estaba juntando dinero para regalarle un pasaporte y también un pasaje de avión, quiero que viaje, que conozcan el mundo, que sea una mujer profesional, que se enamore, se case y me dé lindos nietos, quiero que Mel no siga queriendo cuidar de mí a cada instante y perdiendo su hermosa juventud metida en el taller todos los días de su vida.

Me hubiese gustado darle una vida mejor, haber vuelto a enamorarme y que se criara con una madre y tal vez con hermanos o mejor aún que su madre nunca hubiese muerto y fuésemos una familia feliz, algunas lágrimas caen de mis ojos, estoy cansado y solo ella me impulsa a seguir adelante.

Escribo para mi hija una carta expresando lo orgulloso que estoy de ella y los deseos que tengo para su futuro, la coloco al lado de su nuevo pasaporte y una tarjeta de banco donde he depositado su sueldo de estos diez últimos años, aunque ella no lo sabe.

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