El dolor de marcharme era indescriptible, un vacío que se alojaba en mi pecho como un eco constante de todo lo que había perdido. No era solo el hecho de cambiar de trabajo, ni de alejarme de Gabriel. Era la amarga certeza de que había cometido un error irreparable, un desliz que terminó por quebrar los cimientos de lo que alguna vez pensé que era amor.
No me fui por él. Tampoco por Rebeca ni por su historia inconclusa. Me fui por mí. Porque merecía algo mejor.
Las últimas dos semanas fueron una agonía silenciosa. Me sumergí en trámites interminables con el equipo de Recursos Humanos, buscando una transferencia a otra sede. No importaba dónde, solo quería desaparecer de este lugar que había dejado de sentirse como un hogar. Mientras tanto, regresé a mi cubículo, a un espacio que alguna vez fue mío, pero que ahora sentía ajeno.
No tenía amigos. Las pocas personas con las que solía compartir alguna conversación ahora evitaban mi mirada. ¿Habrían escuchado rumores? ¿O simplemente era yo