2: Una coca cola

Tres años después.  

16 de junio de 2016 

El día hoy a decidido mostrar todas sus armas y enseñarnos cuan majestuoso y glorioso puede ser. En su cielo azulado tiene un inmenso sol, un sol brillante, cálido, sonriente, y a su lado lo acompañan hermosas bolas de algodón color blanco, que se mecen lentamente a su alrededor. Son como pétalos de diferentes formas rodeando el centro cegador de un sol resplandeciente. Suaves y divertidas ráfagas de aire revuelven mi cabello, me hacen sonreír. Me hacen pensar que el sol está feliz de verme, de tenerme de nuevo bajo sus inmensurables rayos.  

Desvío la vista y me concentro en lo que se presenta frente a mis ojos. El mar. Aguas azules, extensos kilómetros de agua salada cubriendo el horizonte y armonizando todo el entorno. Sus olas cortas y pequeñas a duras penas alcanzar a tocar la orilla de la playa, sin embargo, en el centro de los océanos sé que se deben estar levantando grandes y aterradoras olas en medio de tormentas oscuras y monstruosas. ¿Desde cuándo el mar es tan emocional como yo? O al contrario ¿cómo yo puedo ser tan emocional como el mar? A veces estoy pacifica, en paz, acariciando las orillas de alguna playa, en armonía con mi entorno, pero luego soy una tormenta que llora desconsolada y cegada, e intenta ahogar todo lo que hay dentro de mí.  

—¿Lo disfrutas? —pregunta un lindo Max a mi lado.  

Le regalo una mirada con una simple sonrisa. Claro que lo disfruto. Hace muchos años no venía a tomar el sol, no venía simplemente a ver el mar y sentir la brisa en mi piel.  

Toma mi mano dándome un ligero apretón.  

—Me hace feliz verte así. 

—A mí también.  

—¿Quieres bañarte? 

Nuestros ojos se encuentran, con una sonrisa grande en mis labios acepto su invitación y nos levantamos de nuestras toallas, las cuales están extendidas sobre la arena. Escapamos de la sombra que nos proporcionaba una sombrilla y caminamos hacia las aguas.  

—Entra tu primero —digo—, y me dices si está muy fría.  

Una sonrisa pícara se asoma por sus labios.  

—Max no te atrevas —advierto al verlo caminar hacia mí con una clara intensión en los ojos—. Max, por favor —suplico risueña retrocediendo para no dejarme alcanzar.  

—Ven aquí, Chiquilla.  

—No —chilló cuando me sujeta por la cintura y comienza a arrastrarme hacia las olas. Si esta fría te juro que hoy no te dejo dormir conmigo.  

—Rose, ¿a quién engañas? Tu eres la que no puede dormir sin mí —alega con voz risueña.  

—Desde ahora si voy a poder —objeto convencida.  

Pero sé que él no me cree. Desde la muerte de mi tía Aidana, tuve que ingresar a un centro de apoyo psicológico. Luego de ese atroz episodio comencé a tener pesadillas todas las noches. La misma pesadilla se repetía una y otra vez, y me levantaba gritando y llorando atacada, rota. Max siempre estaba a mi lado y me ayudaba a salir de esos lapsos de oscuridad. Así que varias semanas después, tomé su consejo e ingresé a un centro de ayuda. Necesita la orientación de profesionales, pues mis ataques no solo eran en las noches, de día empezaba a llorar de la nada y me sumergía en una oscuridad de la que no era capaz de salir sola, comenzaba a tener ataques de pánico, me ahogaba en mi propia falta de cordura.  

Durante un año estuve en terapias y aun así no soy capaz de dormir sola. Cuando Max no está, me desvelo por el miedo que me causa volver a esa oscuridad.  

—Eso ya lo veremos —sentencia victorioso. Las primeras olas acarician mis piernas.  

—Max esta helada —gimoteo como una niña consentida e intento colgarme en sus hombros.  

—Un chapuzón y tu cuerpo se climatiza. No seas llorona.  

—No quiero.  

—Sí, si quieres.  

—¡No! —lloriqueo entre risas. Es divertido jugar con él, es divertido despejar mi mente, es divertido sentir adrenalina por el cuerpo y sentirse vivo.  

—Rose, me sorprende cuan caprichosa eres —masculla conmigo en sus brazos. Me he encaramado y aferrado a su torso desnudo como una garrapata, mientras el sigue avanzando a las profundidades—. Pero no te niego que me encanta sentirte así de cerca.  

—Eres un idiota —digo sobre su hombro y su pecho vibra con el sonido de su risa, lo que me hace sonreír tontamente.  

Una de sus manos me toma de la cadera y la otra me abraza por la cintura. 

—Ya no puedes escapar —avisa antes de sumergirnos en el agua.  

Salimos a la superficie y tan pronto puedo respirar le lanzo agua al rostro a modo de juego. Él cierra sus lindos ojos miel y nos vuelve a sumergir. No me he descolgado de su torso y mis piernas siguen a su alrededor como si de ello dependiera mi vida.  

Al emerger me suelto de su cuerpo y me permito estirar mis extremidades en medio de la nebulosa y acuosa sensación, me permito sentir el frío en mi piel mientras poco a poco mi propio calor me pone en temperatura.  

—No era tan difícil —dice a la vez que peina su melena hacia atrás.  

—Yo jamás dije que era difícil, solo quería que tú me dijeras si estaba fría y luego yo entraba preparada —me excuso.  

—Mentirosa —Se hunde hasta dejar solo su cabeza sobre el agua—. Si te hubiera dicho que estaba fría te habrías ido corriendo. Por Dios, Rose, tú eres la única que en tierra caliente disfruta bañarse con agua caliente.  

—Es que eso me relaja —Organizo mi cabello hacía atrás—. Y no seas exagerado, hay días que me baño con agua fría.  

—Cuando no soportas el calor, de lo contrario no lo harías.  

Lo ignoro y comienzo a nadar a un lugar más profundo. Sacudo mis piernas como las de una sirena, haciendo brazadas me alejo de mi compañero. Una vez llego a lugar que considero mi limite, me doy vuelta y floto.  

El sol ha caído un poco y desde mi perspectiva solo observo las nubes. No sé qué obsesión tengo con ellas, pero me encanta verlas. Me encanta todo lo relacionado al cielo. Sin embargo, debo mencionar que el día es mi favorito. Los colores son más cálidos, más tranquilos, más dulces y pacíficos, lo que necesita mi alma. Pero por dentro soy todo lo contrario. Mi alma es como un cielo nocturno.  

Escucho a alguien acercarse y sé que es Max.  

—¿Qué piensas? —pregunta al llegar a mi lado.  

—En lo lindo que es el cielo —contesto sin verlo. Si quisiera girarme, el agua entraría en mis oídos.  

—Pensé que estabas pensando en las clases.  

Las clases. Esas dos palabras no habían cruzado por mi cabeza y realmente no quería desgastar más mis neuronas en ello.  

Durante el tiempo que pasé en el centro de ayuda, me fui a vivir con Max. En mi antiguo hogar no me quedaba nada más que un tormentoso recuerdo. Julián desapareció días después de que a mi tía la cremaran, pues no teníamos dinero para pagar un espacio en el cementerio. Yo regué sus cenizas en el puente de San Francisco y la lloré a montones. Me sentía sola, vacía, ruin y miserable. No entendía cómo era posible que la vida me golpeara tantas veces. ¿A caso no tenía derecho a un poco de felicidad?  

Max me llevó con él a su nueva vivienda. Buscó un trabajo como mesero y los fines de semana descargando camiones de mercancía. Sin su ayuda y compañía lo más probable es que me hubiera suicidado semanas más tarde.  

Hace dos años cuando me consideré estable mentalmente, decidí retomar mi camino, no me gustaba depender de Max y no solo eso, entendía que era una carga grande para él pagar mis sesiones, mi alimentación y todo lo que necesitara. No quería dejarlo solo, así que en cuanto pude decidí que iba a estudiar y trabajar. Comencé como cajera en un supermercado mientras al tiempo investigaba sobre una beca.  

Varios meses estuve estudiando de forma independiente al acabar mi turno y finalmente obtuve una beca para estudiar medicina. Mi Tita me veía como una médica y me propuse serlo así fuera lo único que lograra en la vida.  

Los días se convirtieron en agonía, no podía perder ninguna asignatura y mucho menos bajar el promedio o perdería la beca. Existían días que no dormía, que llegaba muriendo del cansancio a la cama, que no deseaba vivir más. Veía mi sueño tan alto y tan lejano que en más de una ocasión quise renunciar. Pero venía a mi mente el recuerdo de mi última noche con mi Tita, diciéndome que ella veía la fuerza y voluntad de mi alma, que decidía demostrarle que así era.  

—No me quiero hablar de eso —espeto—. Hoy no soy estudiante de medicina, hoy soy una joven que disfruta del mar y el clima.  

—Eso me gusta —murmura pasando sus manos por debajo de mi cuerpo, atrayéndome hacia él. Me acomodo de forma vertical y nos quedamos frente a frente. Sus brazos sujetándome contra su pecho y su boca acercándose a la mía—. También me gustan tus labios —susurra rozando su boca contra la mía. Nuestras respiraciones mezclándose, al igual que nuestras piernas.  

—Eso ya me lo has dicho miles de veces.  

—¿Así?  

—Sí 

—Bueno, hoy no lo había dicho. Esta es la primera de este día.  

Su boca arrebata mi aliento en un apasionado beso. Uno caliente, dulce y amoroso. Enredo mis brazos alrededor de su cuello y mis piernas en su cintura. Él me aprisiona con más ímpetu y sus manos se deslizan por la curva de mi trasero apretándolo en el proceso. Sus dedos llegan hasta la tanga de mi vestido de baño y la hace a un lado. Sus movimientos precisos en ese punto sensible me hacen gemir sobre su boca.  

—Max... —logro articular en medio del beso—. Es una... playa pública.  

—Shh... —ronronea sobre mi boca—. No lo vamos a hacer, pero tu si te vas a correr. 

—No... —jadeo presa de las sensaciones que se esparcen por mi cuerpo cuando sus dedos incrementan el ritmo—. Para —pido débilmente.  

Nos encontramos distanciados de la mayoría de personas que hoy han venido a visitar las playas. No obstante, nos estamos comiendo entre besos lo que hace muy obvio lo que hacemos.  

—Max —digo más decidida a alejarme. Sus brazos musculosos por los trabajos que realiza me prohíben huir de él—. Somos muy obvios. 

 

—De acuerdo —acepta. Deshace su amarre de mí. Me doy vuelta y cuando creo que nos vamos a ir hacia la orilla, me sujeta por las caderas y pega mi espalda a su pecho—. De este modo no se verá tan obvio —Se gira para que los dos le demos la espalda a la orilla y nadie nos vea.  

—Max, estás loco —digo con una risita traviesa.  

—Tú me tienes así —Se mueve de modo que su dura erección golpea mi trasero. Una descarga eléctrica me atraviesa—. No te pienso dejar ir, sin obtener lo que tanto tu como yo deseamos.  

Sus dedos vuelven a mi intimidad y el placer comienza a crecer dentro de mi vientre bajo como una llama de calor potente, ardiente, exuberante. Estiro mis brazos para tocar su cabello y jalarlo como me encanta hacerlo.  

—Rose... —jadea sobre mi mejilla—. Siento tu humedad en medio del agua —Y yo siento como el poder del orgasmo inicia a consumirme.  

—Oh... Dios... —gimo. Mis caderas ansiosas se mecen a su ritmo y mi respiración entrecortada le hace saber que deseo más—. Sigue, Max... no pares.  

Lo escucho gruñir excitado. Muerdo mis labios conteniendo el fuerte gemido que llega cuando me corro en sus dedos. Segundos pasan y me giro para besarlo y demostrarle lo satisfecha que estoy. Mi primera vez en el mar. Todas mis primeras veces han sido con él y no me arrepiento. Max ha sido una gran persona, se ha ganado mi amistad, mi amor, mi confianza, mi respeto y lealtad.  

Max es muchas cosas en mi vida. Max es un ser especial, un hombre encantador, un amigo que me ha ayudado y enseñado a ser valiente, fuerte, perseverante, y me ha mostrado lo maravilloso que es el primer amor, el primer beso, la primera noche juntos y miles de cosas más.  

Y lo amo, lo amo demasiado. Pero lo amo de una forma distinta a como pensé que sería. Lo amo como mi hermano, mi mejor amigo y mi amante. Con él me siento feliz pero no totalmente completa. Es extraño. De pronto así se debe sentir el amor y yo lo idealicé diferente, de pronto no necesito sentirme completa porque ya lo estoy y equivocadamente me hago ideas absurdas. 

Lo cierto es que ese hombre de ojos miel es mi familia y mi pareja. Somos un gran equipo. No somos tóxicos u obsesivos. Él respeta mis espacios y yo los suyo, pero menos en la cama. Él sabe que si está en la cama me tendrá como una garrapata a su lado. Si quiere estar solo, le figura en el baño o en la mini sala–cocina-comedor del mini apartamento que rentamos o en la calle.  

Nos compartimos las responsabilidades del hogar como lavar, limpiar, cocinar; cosa que debo admitir me fascina. Max cocina delicioso. Y todo lo económico como el arriendo, los servicios, el mercado y demás. Me ayuda con algunos trabajos de la universidad cuando no llega muy cansado y solemos hacer planes divertidos y diferentes cuando hay tiempo como hoy.  

No sé si él me ama de la misma forma o incluso más... o menos. Lo que sí sé es que daría todo por él, así como él lo ha hecho por mí. Es mi hombre, mi compañero.  

--*-- 

Recogemos todas nuestras pertenencias. Me visto con los shorts que traía y una camisa suya. Ya es hora de regresar.  

—¿Quieres un refresco? —pregunto sacando un billete de mi cartera.  

—Sí. Una coca cola. 

—Ya vengo —aviso caminando en sentido contrario hacía la pequeña tienda que hay a unos metros de distancia.  

—Te espero en el auto, no tardes. Erick me dijo que se lo entregáramos antes de las siete.  

—Lo séeee... 

Llego a la pequeña tienda y hago fila. Hay varias personas frente a mí, así que espero a mi turno. Los segundos pasan y comienzo a desesperarme. El servicio es demasiado lento y me provoca urticaria ver que no avanza la fila. Sacudo mi pierna impaciente y rogando porque avancen. Muero de sed y quiero una cerveza.  

Dos personas delante de mí, se rinden y se marchan lo que me permite avanzar dos puesto.  

Bueno, eso es algo.

 

Estoy detrás de un hombre alto de cabellera rubia, camiseta blanca, shorts negros hasta la rodilla y pies descalzos. En su brazo izquierdo lleva numerosos tatuajes que a este punto no se le puede ver el tono de la piel. Me quedo absorta identificando las formas, las cuales son bastantes. Pero el que más llama mi atención es uno de flores realmente extrañas, hay unas de colores mezcladas en tono grises. Las de colores tiene espinas como si fueran dientes y las grises son suaves, casi frágiles. Es un gran dibujo. Me pregunto qué significará para él y porque decidió que fueran flores.  

Recuerdo que estoy esperando en la fila y me asomo por un lado a ver cuántas personas quedan delante de mí. Aún faltan dos personas.  

Dios. Max debe estar desesperado y enojado porque no he traído el celular. Pero ya estoy a dos personas por llegar y no me pienso ir. Lo recompensaré con su Coca cola y un beso.  

Cuando le toca turno al señor frente a mí, me hago a un lado de la barra y chismoseo las bebidas disponibles.  

Uhmmm.... yo quiero una cerveza roja y... no veo Coca colas.  

—Una coca cola, por favor —pide a mi lado el señor. Su voz es gruesa y muy masculina.  

—La última —dice el vendedor y la saca de otro refrigerador.  

¿La última?  

El vendedor se la extiende y sin pensarlo demasiado mis manos van a ella y la toman primero que el rubio a mi lado.   

Su rostro cae hacia mí y me observa perplejo. Caigo en cuenta que no es un señor maduro, sino un joven no mayor de veintiséis años.  

—Es mía —anuncia. El sonido firme y ronco de su voz me estremece.  

—No, es mía —contraataco—. Yo la tomé primero.  

Pasa su mano sobre la mía y sujeta la bebida. De inmediato siento un corrientazo de energía recorriéndome desde la mano hasta el pecho y acelerando mi corazón. ¿Qué ha sido eso?  

No sé si él ha sentido algo similar, lo que sí es sé es que los dos estamos mirando nuestras manos con detenimiento. No obstante, ninguno está dispuesto a soltar la lata de Coca cola.  

—Ehh... —interrumpe el vendedor—. Señorita... uhmmm... el señor la pidió primero. Por favor devuélvasela. 

Lo miro.  

—¿Tiene más? —pregunto arrogante.  

—No.  

—Entonces esta es mía. Llevo haciendo fila por más de veinte minutos —exagero—. Solo por esta coca cola, así que no la soltaré.  

—Pues yo también llevo el mismo tiempo —interviene el rubio con su mirada seria y dura sobre la mía. Sus ojos son verdes. No son muy claros, pero tampoco oscuros, es un color esmeralda con tintes amarillos en el centro—. Así que tampoco me pienso ir sin ella.  

Saco un billete de diez dólares y lo pongo sobre la barra hacia el dueño de la tienda.   

—Lo pago primero.  

Él saca rápidamente de su bolsillo un billete de veinte dólares.  

—No si me cobra a mi primero.  

Lo fulmino con la mirada. ¿Quién se ha creído este imbécil?  

Nos retamos con los ojos. Puedo ver en sus magníficos orbes que no está dispuesto a darme la victoria y yo tampoco.  

—Señores —habla el dueño—. Por favor decidan, tengo una fila atrás. 

—Suéltela —ordeno al rubio.  

—No. Suéltela usted, quien ha tenido el atrevimiento de tomarla cuando era mía.  

—Muy bien dicho: era, ahora es mía.  

—Bueno, yo me cobraré y ustedes decidan —anuncia el vendedor.  

—Cóbrese de este —ordena rápidamente el idiota y acerca el billete a su mano. 

El señor toma el billete y lo lleva a la caja registradora.  

—Muy bien, señorita. Ya es mía, así que suéltela o si no estaría robando.  

Le dedico una mirada altanera.  

—Por favor una cerveza roja y una Fanta —pido al señor y le entrego mi billete. Este hace una mueca de fastidio, pero accede.  

La confusión es clara en el rostro del rubio.  

—¡Eyyy! —se empiezan a escuchar las quejas de los demás y me siento mal por estar armando este alboroto, sin embargo, no voy a renunciar a esta maldita coca cola.  

El vendedor deposita en la barra lo que he pedido y el dinero que me sobra. Se hace a un lado y le pide al siguiente de la fila que se acerque, ignorando por completo nuestro pleito.  

—¿Bien? —se aclara la garganta—. ¿Es usted una ladrona?  

—Por supuesto que no —objeto arrogante y tomo las monedas de la barra—. Soy una comerciante y usted y yo acabamos de hacer un trueque.  

—¿Un qué? —pregunta confuso.  

Entonces lanzó mi talón vuela con fuerza a su pie y le planto un gran pisotón. Él brama y su agarré en la bebida se debilita, momento oportuno que uso para zafarme de su mano, tomar la cerveza y salir corriendo por la playa.  

Sonrió como una chiquilla traviesa, suelto una risilla malévola emocionada por lo que acabo de hacer y satisfecha por mi victoria, y corro lo más que puedo.  

Pero siento las pisadas de él, me está persiguiendo. Giro mi rostro unos segundos y lo veo como una maquina corriendo a toda velocidad por mí. ¡Gran Dios! Ese hombre me va a matar. 

¿Por qué no se rinde?  

—¡Oiga! —me grita, pero no le presto atención—. ¡Pare! 

Mis pies se siguen moviendo sin parar. Pero sé que me va a alcanzar. Por favor, esas piernas deben recorrer tres pasos míos. Así que disminuyo la velocidad y agito mi mano derecha con fuerza.  

Me freno y cuando estoy justo por dar vuelta un cuerpo grande y duro, golpea contra mí y nos vamos al suelo.   

Su peso me tiene inmóvil sobre la arena. Estoy con el rostro viendo al cielo, pero el cuerpo de lado y él atravesado ¿Cómo puede pesar tanto?  

—Levántese —ordenó molesta ¿A caso no se dio cuenta que frené?  

—Es una estúpida —declara—. ¿Cómo se atreve afrentar así de la nada? —Sus dos brazos se ubican a cada lado de mi cuerpo y se levanta con cierta elegancia y sensualidad que me deja recordando y analizando su anatomía. 

¿Hará ejercicio? 

De pie frente a mí, me extiende la mano.  

Alzo la derecha y cuando pienso que me va ayudar a levantar me rapa la gaseosa de la mano.  

—Es una ladrona —afirma con un semblante serio y enfadado.  

—Le dejé una Fanta en la barra, ¿no podía conformarse con ella? —me pongo en pie y sacudo mis manos y piernas.  

—No, niña estúpida —la saca de uno de sus bolsillo y me la tira a un lado de los pies. 

—Patán —murmuro alzando la lata de gaseosa.  

—Patán, usted. Maleducada que no sabe respetar el turno de las personas. 

—No importa, ya quédesela. Casi me mata.  

—Y usted me hizo correr como un maniático por toda la maldita playa.  

Escucharlo me hace soltar una sonora carcajada. ¿Maniático? ¿qué broma es esa? La palabra no le hace justica a lo que acaba de hacer. Parecía un maldito asesino en serie persiguiendo a la víctima que se le ha escapado.  

—¿Se está burlando de mí? —inquiere con el ceño fruncido—. ¿Cómo se atreve a reírse en mi cara? 

Respiro profundo y contengo mi risa.  

—Claro que no me estoy burlando de usted —digo con toda la ironía posible y cambio de tema—¿Por qué no se rindió?  

—Porque no. No iba a permitir que una niña me robara.  

Mis ojos se achican. ¿Me ha llamado niña?  

—No soy una niña, idiota. En vez de estar persiguiendo mujeres adultas, mejor vaya a un médico a que le revise los ojos.  

—A la que me voy a llevar es a usted, pero a la policía.  

Doy vuelta, dejándolo con la palabra en la boca, con la intención de seguir mi camino, cuando veo a Max venirse enojado, sino es que peor.  

Bajo la mirada al suelo consciente de que me va a regañar y justo cuando voy a caminar para llegar a su lado y evitar que se entere de lo sucedido, alguien me toma del brazo. Me giro perpleja.  

—¿Qué hace? —pregunto anonada.  

—La llevaré a la policía —declara como si fuera muy obvio para mí—. No crea que lo he dicho en juego.  

Estoy por replicar cuando su voz hace presencia.  

—Suéltela —la voz de Max me paraliza.  

El castaño se ubica frente al rubio. Cuatro pares de ojos se observan como los peores enemigos de la historia, como si se declararan una guerra a muerte. Dos leviatanes a punto de colisionar y el caos gustoso de ver la destrucción formarse en la playa cuando aún ni siquiera el sol se ha ocultado.  

Max es cuatro centímetros más bajo, pero su cuerpo está mejor trabajado por lo que pienso que están en las mismas condiciones.  

—No quiero —suelta con petulancia el rubio y veo cómo el cuerpo de Max se tensiona al instante. 

—No le estoy preguntando, es una orden —aprieta sus puños y sus venas comenzar a marcarse—. Suelte.a.mi.novia.  

—Pues su novia es una ladrona.  

—¿Perdón? —hablo y me suelto de su agarre. Me ubico al lado de Max. Con él mi seguridad crece, sé que él siempre me va a cuidar—. No soy una ladrona. Usted es un maniático que me está molestando.  

Unos ojos verdes me atraviesan como dagas al darse cuenta que he usado sus propias palabras en su contra. Pero no me inmuto incluso alzo el mentón con altanería.  

¿Creyó estaría sola, imbécil? Pues mira a mi hombre. 

—Ella me robó una coca cola —alega él ojiverdes.  

—¿Cuál? —pregunto—. ¿La que tiene en la mano?. 

—Muchachita mentirosa —gruñe.  

—A ver, pedazo de mierda —sisea Max y mis ojos se abren. ¡Que palabrota! Casi nunca las dice, lo juro—. A mi novia la trata con respeto. ¿Quién se cree usted para insultarla de ese modo? Más bien déjenos en paz. Aquí el mentiroso es usted. Ahí tiene su coca cola.  

El ojiverdes alza una ceja con desafío y le dedica una mirada de muerte a mi novio. Está por replicar quien sabe con qué palabrotas cuando es interrumpido.  

—¡Thomas! —grita una mujer trotando hacía nuestro grupito de charlas motivadoras. Mujer rubia de cabellera larga, piernas largas y delgadas, tetas enormes. Se viene contoneando sus caderas de lado a lado como si fuera una pasarela. ¡A ver, mujer! ¿O trotas o desfilas?  

El famoso Thomas que doy por sentado es quién me ha perseguido por toda la playa la ignora por completo y vuelve su mirada primero a Max y luego a mí. Es como si estuviera estudiando información en su cabeza.  

—No tengo porque tratar con respeto a una ladrona —gruñe—. Se nota que ustedes son unos pobretones, buenos para nada. Así que no me siento insultado.  

Rápidamente veo el brazo de Max elevarse y lo detengo antes de que alcance el rostro del otro. No quiero pasar por una situación similar de hace un año.  

—¡Max, no! Vámonos. No vale la pena, por favor —suplico con la mirada—. No te desgastes con ese patán miserable.  

—¿Qué está sucediendo? —pregunta perpleja nuestra nueva invitada—. ¿Por qué estás aquí? Te estado buscando por toda la playa. ¿Quiénes son ellos? 

—Espérame allá —ordena exaltado el asqueroso Thomas.  

Enredo mis dedos con los Max y tiro de su brazo alejarnos. La escena se ha subido de niveles y el acelere de mi corazón me tiene asustada. No quiero que por un pleito se lleven a Max y me lo quiten. Se nota que el riquillo asqueroso es de plata y contactos por lo que puede causarnos mucho daño.  

Además, Max se encarniza en las peleas, por decirlo de esa forma. Una vez ha levantado el primer puño no hay nada que lo frené. Es como si se cegara de ira y su cerebro pidiera solo sangre y sangre. Cuando entra en esos estados, por más que desee pararlo no interfiero. Mi única arma es llamarlo a gritos e incluso llorar hasta que me escuche. Eso es como un freno para él o bueno lo descubrí luego de unas peleas que tuve que presenciar. Sin embargo, ninguna fue como la última vez.  

Max es un hombre bueno, trabajador y paciente. Pero cuando tocan sus puntos sensibles, como su dignidad, su integridad y yo, sale a flote parte de su alma oscura.  Y sé que debajo de ese cuerpo grande y musculoso hay un niño asustado que quiere ser amado, es por ello que trato de darle mucho cariño y afecto. También soy consciente que su comportamiento violento se debe a lo mucho que sufrió en su niñez y de no ser por unas terapias que recibió en la adolescencia, no podría siquiera controlarse y sería peor, incluso intratable.  

Por ello prefiero evitar que se agarren a golpes y termine matando a ese joven y después nosotros terminemos en la cárcel.  

 —Si lo vuelvo a ver cretino de mierda, me las pagará —amenaza mi novio.  

—Pues aquí estaré esperando, pobretón —desafía el otro.  

¿Pobretón? Infeliz.  

No sé por qué la vida me atraviesa este tipo de personas, infames y miserables en el camino, es como si le gustara verme alterada y haciendo uso de todo mi autocontrol para no convertirme en una bomba. Es que... me alteran con su arrogancia de todo poderoso y petulancia, creyéndose mejor que el resto. Son unos insensibles y narcisistas. Monstruos por dentro que fingen ser humanos. Seres despreciables.  

Caminamos hacía el auto y escucho como la chica le pide explicaciones sobre quiénes somos y por qué está así de enojado. Él solo gruñe que lo deje en paz. Vuelvo el rostro unos segundos con la curiosidad picando en mi ser y la imagen que obtengo me saca una enorme sonrisa. El asqueroso ha destapado la lata y le ha explotado en la camisa y el rostro. 

—¡Maldita! —lo escucho bramar y la risa me atrapa. Max me observa contrariado y solo le digo que me de unos segundos para contarle. Espero también se ría y me diga algo como: Eres una Chiquilla diabólica. 

Acelero el paso urgida por evitar que me escuché y me persiga de nuevo.   

Bueno, parece que el Karma si existe y hace justicia. No siempre es como queremos o esperamos, pero debo admitir que esta vez sí me ha sorprendido y hasta me ha sacado una risa genuina.  

Al igual que el Karma es la vida, puede sorprenderte cuando menos te lo esperes de la forma que menos imaginaste, y aunque aún no lo sepa presiento que es lo que está por venir.  

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo