CAPITULO 5

Perspectiva de Tristán

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Cuando bajo de la torre me encuentro al centinela que ha estado vigilando la entrada.

Esta tan tranquilo e inmóvil que sé que la hija de Traegon Dalonet ha conseguido volver a la enfermería sin ser descubierta.

Es talentosa y... Peligrosa.

Camino por los corredores iluminados pobremente con lámparas de queroseno y piedras mágicas.

Cuanto más bajo por el castillo más silencio hay.

Crisia, con su vaporoso camisón y el rostro en el suelo casi hicieron que le creyera. Casi sentí compasión cuando me suplicó que le permitiera vivir, pero sé que al igual que su padre sabe pedir clemencia con tratos y acuerdos absurdos.

Jamás me casaría con ella.

Los guardias me dejan pasar cuando llego a esa parte en la que nadie quiere estar. En ese rincón mohoso en lo más profundo del palacio donde no llega ni un rayo de sol durante el día.

La escucho. Es un pequeño lamento que hace eco en las paredes. Me acerco con la linterna que me ofrece uno de los soldados para iluminar dentro de la celda.

Se tapa la cara en cuanto la luz le da, ha estado aquí todo el día que le cuesta acostumbrarse al brillo.

—Excelencia, rey de Roth —gime mientras se echa al suelo como un intento de reverencia.

Hace unos días era la doncella que mantenía limpias las cortinas del castillo en el área norte. Ahora estaba tan abajo, encerrada porque se había atrevido a apuñalar a Dalonet.

—¿Quién está detrás de esto? —pregunto.

—No hay nadie más. —Se apresura a decir.

Eran solo tres, los hombres murieron y ella tiene roto el brazo por el impacto de la caída cuando la sujete con la cadena de pureza.

—¿Quieres que me crea que una doncella pudo conseguir una daga m*****a?

Se estremece en el suelo, pero se mantiene callada.

Después de que Gofel analizara el arma descubrió que se trataba de una herramienta m*****a capaz de esconder su magia a simple vista, pero que se activa en cuanto toca una fuente muy poderosa de energía, como la que lleva Dalonet en su interior. La apuñalada debería de haberla matado, pero no lo hizo.

—¿Eres fiel a la corona? —pregunto.

—¡Si, mi señor! —declara con miedo. Sabe que si dice lo contrario será condenada por traición.

—¿Entonces porque hiciste algo tan estúpido que pudo poner en riesgo al reino?

—Usted sabe porque —dice cuando levanta la cabeza del suelo. Tiene los ojos inyectados en sangre y tiene una sonrisa retorcida—. Mi padre dio su vida por Roth en la guerra contra el demonio Dalonet. ¡Lo único que merece su hija es morir!

El quejido sale de su garganta con gran fuerza.

—Tu padre confío en mí. En mis decisiones. Tú no eres fiel a la corona si decidiste hacer justicia por tu propia mano.

Devuelvo la linterna a los guardias y me doy media vuelta para irme.

—¡Crisia Dalonet, debe morir! —grita la doncella con una voz que parece que no le pertenece. Un alarido desgarrador.

—¡Crisia Dalonet, debe morir! ¡Crisia Dalonet, debe morir!

Sus gritos me alcanzan hasta que he subido los escalones de la mazmorra. E tenido que endurecer el corazón para no ser afectado, aunque sé que esos gritos se convertirán en una de las muchas pesadillas que me visitan en sueños.

Debe ser media noche, pero no tengo sueño. Dormí toda la tarde después de que llegué al castillo con Dalonet en brazos. Sé que intentó hacerme lo mismo que a ese hombre, drenarme toda la energía hasta que no quede nada. Por suerte solo consiguió que me sintiera cansado.

No tengo sueño y sé que Gofel no duerme más que dos horas, así que camino hasta su taller.

—Sabía que vendrías —dice en cuanto abro la puerta.

—Lo sé, puedes sentir mi magia mientras esté cerca.

Está sentada frente a una mesa llena de botellas fluorescentes de colores. Ni siquiera se incorpora cuando me siento frente a ella.

—¿Lograste sacarle algo a la doncella?

—Está loca, pero ya envié a un equipo de investigación para que averigüen pistas, aunque ambos sabemos ya de dónde vino la daga m*****a.

—Traegon Dalonet. —Esta vez levanta la mirada cuando lo dice. Sé que debe tener más de sesenta años, pero su magia es tan fuerte que se mantiene relativamente joven a excepción de los pequeños surcos que se le hacen al final de los ojos y alrededor de la boca.

—La guerra estallara de nuevo muy pronto.

Me frotó el hombro adolorido como si la vieja lesión recordara lo que es una guerra.

—¿Aún no sabes qué hacer con su hija?

—Siempre se ha tratado de eso. Desde que llegó no sé ha hecho más que debatirse entre casarme o no casarme, matarla o no matarla.

"Crisia Dalonet, debe morir" Todo el reino está obsesionada con ella y su destino.

—¿Que debería de hacer después de lo que hizo hoy? —pregunto con un estremecimiento. Aún puedo sentir sus manos heladas cuando tocaron la parte de atrás de mi cuello y después la sacudida espantosa.

—Ya te dije que eso fue un accidente, la chica no sabe controlar sus poderes—responde con voz irritada—. ¿No te ha demostrado lealtad estos cuatro años viviendo en Roth y cumpliendo con lo que se le pidió?

—¿Quieres que me crea eso? ¿Piensas que fue una casualidad que se haya descontrolado justo cuando estábamos solos, sin ningún soldado a la vista y un testigo?

Tenía todo el día pensando, que lo que había intentado esa chica era asesinarme.

—Recuerda tus clases de magia. —Me advierte con el mismo tono que usaba cuando era mi maestra—. El alma que habita en nosotros puede crecer y disminuir por nuestras acciones: correr, bailar, gritar e incluso respirar. Y también se mueve por nuestros pensamientos y emociones.

» Lo que le hicieron a Crisia el día de hoy fue intentar matarla con una daga m*****a. El instinto de supervivencia es una emoción que pudo haber descontrolado su magia sin ningún problema «.

Sé que tiene razón, el hombre la estaba estrangulando, pero aun así...

—Si su poder es inestable, no la quiero en el campo de batalla. No sabemos si por accidente acaba con toda la Armada de Roth.

Ya ha dejado de poner atención a los viales y frascos para sonreír.

—Tristán, desprecias a la gente que no sabe usar sus poderes porque tú los sabes usar muy bien—. Hay un pequeño reproche en sus palabras y en su sonrisa.

—Por supuesto que hay una forma de controlar a la chica —explica—. El miedo es demasiado caótico, la ira es destructiva, pero el amor...

Trago con fuerza porque creo saber a dónde va. Aun así, dejo que continúe.

—El amor de verdad no destruye ni es caótico. El amor protege.

—Oh Gofel, no estarás insinuando que...

—¿Que debas hacer que Crisia se enamore de ti, apasionadamente, intensamente, para que ganes la guerra?

Me remuevo en el banquillo hasta que los líquidos de los frascos hacen burbujas.

—Si intentas matarla entonces corremos el riesgo de que su poder se descontrole tanto que no podamos contenerla.

Sé que tiene razón, siempre la tiene.

—No voy a matarla, pero ¿enamorarla? ¿enserio?

—¿Acaso te da miedo? Te has enfrentado con el mismo Traegon sin vacilar. ¿Porque ahora te resiste?

—No tengo miedo —respondo con claridad y me levanto de la silla dispuesto a salir de ahí.

La gente habla de lo inhumano que es Traegon, de lo desalmado que puedo ser yo, pero nadie habla de lo cruel que es Gofel cuando se trata de esta guerra.

Perspectiva de Crisia

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Despierto con dolor de cabeza y la sensación de unas manos estrangulándome.

Ahora sé que he estado sobrellevando el dolor de las heridas solo por la energía que robe del hombre y de Tristán. Paso la mañana acostada cambiando de posición constantemente para aliviar un poco el sufrimiento hasta que los curanderos vienen y aplican pomadas que me calman un par de horas.

—Señora. —Me llama una mujer con el uniforme de servicio del palacio—. El rey me pidió que le informará que está invitada a la cena de esta noche con él y los miembros de la corte.

—¿Sabe cuál es el motivo? —pregunto mientras optó la voz y la postura menos amenazante, esa que uso en el mercado para que la gente no me tenga miedo.

—Solo sigo órdenes, señora —contesta mientras abre las cortinas de la enfermería de un jalón.

Puede que me hayan enviado a la única doncella que no me odia, que no me teme y que probablemente no le importó.

Me ayuda a tomar un baño. El agua caliente hace que las heridas me ardan. Ahora que estoy desnuda puedo verlas mejor, están cerradas pero la carne alrededor de ellas tiene el tono de un salchichón quemado.

Hace tiempo que no tengo a alguien que me ayude a arreglarme, estoy tan falta de costumbre que incluso siento vergüenza de que la doncella me vea desnuda, me cepille el cabello y lo unte con lacas mágicas que lo ondulan, y que me ayude a calzarme el vestido.; pero tiene sentido, Jamás hubiera podido hacerlo yo sola, mucho menos atarme los cien nudillos de la espalda que sirven como un corsette menos opresor.

Cuando termina trae a la habitación un espejo de cuerpo completo. Es la primera vez en mucho tiempo que puedo verme con tanta claridad y es gracioso porque no puedo reconocerme. Mis ojos siempre demasiado pequeños están enmarcados por sombras terracota con una pizca de jade en los párpados. Mi cabello siempre largo y lánguido me rodea ahora el rostro con mechones que se ondulan.

Doy unas cuentas vueltas para ver mi vestido. Es verde olivo de mangas largas y falda lisa. Es elegante, lo propio para una cena formal y no para una fiesta. Al menos oculta bastante bien la apuñalada del hombro.

Mientras sigo a la doncella rumbo al comedor frotó mis manos para calmarme, pulgar contra pulgar, una y otra vez mientras la cabeza se me llena de horribles pensamientos y una mala sensación, esa que me dice que me dirijo a mi juicio.

Es curioso que solo sea Tristán quién se pare de su asiento cuando entro al comedor cuando soy presentada.

—Tome asiento por favor—me pide con el tono habitual.

Me toma unos segundos entender que mi lugar es justo en la esquina de la mesa. Están sentados alrededor de seis personas además de Tristán, que se encuentra sentado en el otro extremo.

Mi madre me dijo cuando era pequeña, que era normal que los reyes se sentarán uno en cada esquina en los banquetes como símbolo de unión. Ahora, sentada en esta silla de esa forma, lo único que siento es que me encuentro ahí alejada del resto de los comensales porque soy la acusada, ellos el jurado y por supuesto, Tristán es el juez.

Los invitados se quedan callados mirándome y me parece injusto, porque no tengo seis ojos para reconocerlos a todos. No conozco a nadie y sin embargo ellos saben perfectamente quien soy.

Procuro tranquilizarme. Sé que la mesa debe de estar llena por cada uno de los cabecillas de la armada.

—Es un placer tenerla aquí, princesa Crisia. ¿Cómo se encuentra?

Se que el hombre que me lo ha preguntado es el jefe de “Salve Vita”. Es un hombre grande y parece estar lleno de una luz blanca en su interior.

—Me encuentro mejor, agradezco su preocupación.

—En ese caso debería de agradecernos a todos, porque "preocupación" es lo que nos ha causado desde que llegó, princesa.

Reconozco su voz, está sentado a mitad de la mesa mirándome de forma desagradable, con esa sonrisa que no tiene ni una pizca de amabilidad. Es el jefe de fuerzas tácticas, ese que se ponía muy contento cuando evaluaba las prácticas en la escuela y siempre estuvo dispuesto a barrer el piso conmigo.

No supe que contestar, busco ayuda mirando en dirección a Tristán, pero lo encuentro muy ocupado bebiendo de una copa dorada.

Debía ser fuerte o esta noche iba a ser muy larga.

En cuanto sirven la comida, los jefes de gobierno dejan de ponerme atención para hablar con el Rey. A su lado se encuentra la líder del regimiento de inteligencia, tiene las trenzas tensas atadas en un moño elegante. Está tan seria, como si todo el tiempo estuviera dispuesta a hablar de trabajo. La vi otras veces en la escuela, pero en ningún momento me dirigió una mirada o una señal cómplice que me demostrará que se acordaba de ese primer día cuando llegué a la escuela y se rio conmigo... o más bien, se rio de mí. No me hubiera importado que lo siguiera haciendo con tal de que me hubiera hablado al menos de vez en cuando

Me distraigo cuando la persona sentada a mi lado choca su copa con la mía.

Estaba tan asustada que no había notado que Luka está ahí ofreciéndome una sonrisa amigable.

—Es un placer tenerla aquí, princesa Crisia.

Su voz me tranquiliza, es un alivio tener una cara conocida tan cerca de mí.

No intercambiamos palabras porque los jefes sentados más cerca del rey están hablando sobre estrategias y planes que no alcanzo a comprender. La mesa está llena de una energía fuerte, aunque no todos ellos son hechiceros o de razas mágicas, sus espíritus son una colección extraña de poderes que en conjunto me agobian. Es como si estuviera parada enfrente del sol. Pronto me cuesta escucharlos y comienzo a sudar por debajo del vestido como si la piel me ardiera. Ni siquiera me doy cuenta que el hombre sentado del otro lado del rey se está dirigiendo a mí.

—Su hija está aquí. ¿Quién mejor para que sepa la ubicación de Dalonet?

Dice por segunda vez para que yo lo entienda. ¿Mi padre? No estoy tan agobiada como para no notar la malicia en su pregunta.

—Si piensan que yo conozco el paradero de mi padre entonces deben asumir que se encuentra en Roth, porque es conocimiento de todos que yo he vivido aquí los últimos años —digo con un aire más insolente de lo que pretendía—. Si ese es el motivo de que me invitaran hoy a la cena se hubieran ahorrado un plato de buena comida, porque yo no sé nada.

Agacho la mirada para evitar ver sus reacciones, el silencio en la mesa me da una pista, pero me niego a verles la cara. No quiero mirarlos.

Si van a matarme al menos les daré un motivo.

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