Sofía Williams ha tocado fondo. Su vida está en quiebra. Su hijo enfermo, su padre muerto, su hermana desaparecida y solo una propuesta de la mujer que más la odia en el mundo puede ser la solución para encontrar la respuesta a sus problemas. Bruce es apodado “El diablo” y no es en vano, es un hombre despiadado y cruel que solo ve por sus propios intereses. Él llegará a la vida de Sofía de una manera que la pondrá a prueba hasta las últimas consecuencias. Un acuerdo y una promesa; Una venganza y una tragedia, solo el poder del amor será capaz de salvarlos de su propio infierno.
Leer másUna cenicienta en apuros
Cinco años atrás
Sofía y su hermana mayor, Lucia, apenas habían vuelto a la casa, destrozadas luego de ver como sepultaban a su padre en un funeral triste y con pocos asistentes, cuando les tocó enfrentarse a ella.
―Su padre ya está en la tumba, así que ustedes ya no son mi problema, esta misma tarde necesito que salgan de la casa ―espetó Rut, quien había sido su terrible madrastra los últimos dos años desde la muerte de su madre.
La muerte de su padre se había desarrollado en circunstancias sospechosas y ahora les tocaba lidiar con ese problema.
―Esta era la casa de nuestro padre, tú no tienes ningún derecho―le reclamó Lucia, quien era más volátil que su hermana.
― ¡Callate mocosa! ―le gritó Rut esgrimiendo ante ella un documento firmado de puño y letra por el difunto―…. Su padre lo dejó en claro en su testamento, todo esto ahora le pertenece a mi pequeña Rebeca.
Las protestas de las dos hermanas fueron inútiles. Lucia apenas era mayor de edad y Sofía apenas tenía diecisiete cuando esto sucedió. Sus reclamos no llegaron a ningún lado, por lo que quedaron en la banca rota y sin un hogar.
Rut se quedó con todo lo que les pertenecía a las hermanas Sinclair.
Para Lucia, todo aquello fue demasiado duro.
* * * * *
En el presente
― ¡No me importa que ese mocoso esté a punto de morir! ―espetó Rut con un tono grosero y sin un mínimo de empatía por la petición de Sofía―… ya sabía yo que era una terrible idea darte esta estúpida oportunidad.
―No diga eso, señora Rut, yo le prometo que no le fallaré en el trabajo, solo le pido que me permita tomar la tarde libre para poder ir a ver a mi pequeño Tomas ―Sofía sollozó al pronunciar el nombre del pequeño y al estar a punto de decir aquello, sintió un nudo en su garganta―. El médico me acaba de llamar: dijo que la situación es muy delicada; necesito conseguir el dinero cuanto antes, pero por favor señora Rut… ¡Por favor deje que vaya a ver a mi hijo!
Rut se dejó caer con fastidio sobre la silla de terciopelo que tenía como trono detrás de aquel inmenso escritorio de su oficina.
Con la mirada clavada en la chica de mirada triste y rasgos dulces, le dijo:
―Te dije que nada de eso me importa ¿A caso estás sorda?
―Lo siento, pensé que por haber sido mi madrastra en algún momento del pasado, usted tendría un poco de consideración conmigo.
―Sofía, estás confundiendo las cosas: Tú me pediste trabajo y solo te lo concedí por la memoria de tu difunto padre, que en paz descanse mi amado Luciano ―Rut hizo el gesto de lanzar un beso al cielo, pero se notaba que todo era un acto hipócrita―… pero no voy a aceptar ningún tipo de irresponsabilidad de tu parte: Si quieres ver al mocoso debes esperar a que tu turno termine… soy una mujer ocupada y con muchas preocupaciones; esto no una casa de caridad y beneficencia.
Sofía intentó argumentar algo más para defender su petición, pero ella sabía que la mujer que había sido capaz de echarlas a la calle, a ella y a su hermana cuando solo eran dos huérfanas después de quitarles todo lo que tenían, no iba a mostrar ninguna misericordia por una situación como esa.
La pobre chica asintió y salió de la oficina sin poder contener las lágrimas. El niño que estaba muriendo en el hospital era el hijo de su difunta hermana Lucia.
Sofía era la única familia que ese niño tenía y ahora estaba esclavizada en ese empleo solo para poder pagar los gastos del hospital.
* * * *
― ¡¿Dónde está Rut?! ―protestó el sujeto de porte atlético que Sofía vio entrar en la casa.
El sujeto había tenido una actitud muy altiva, incluso para pasar a la sala sin que nadie le recibiese.
Sofía estaba en las escaleras e intentó presentarse para atenderle, pero una de las chicas que tenía mucho más tiempo trabajando en el servicio de la casa de la señora Rut Benz, que estaba junto a ella, le tomó del brazo y le dijo:
―Ni se te ocurra acercarte a él, Sofía.
― ¿Pero por qué? ―preguntó Sofía mientras miraba al sujeto que era endiabladamente atractivo: Ojos azules, rostro perfilado, cuerpo musculoso y vestido con un traje de diseñador.
―Mira ―le dijo la otra chica.
Sofía miró y descubrió como ese sujeto, que parecía un ángel caído del cielo, estaba despotricando cuando otra de las chicas de la servidumbre intentó pedirle un poco de paciencia.
―Ese sujeto es apodado «El diablo» ―sentenció la mujer.
Sofía asintió entendiendo el motivo de ese sobrenombre.
Ella aún estaba destrozada por la noticia de su pequeño en el hospital, por lo que no quiso darle más atención a un asunto que carecía de importancia para ella cuando el sujeto se encaminó directo a la oficina de la señora de la casa.
* * * * *
El diablo estaba más enfadado que nunca.
Las puertas de la oficina de Rut se abrieron de par en par para el nuevo jefe de la mafia de la familia Evans.
― ¡Bruce, querido, sé bienvenido a mi hogar! ―le saludó Rut.
Bruce ni siquiera se inmutó. Su ánimo era volátil y se encontraba lo suficientemente cabreado como para estar prestando atención a demostraciones de hospitalidad hipócrita.
El abuelo de Bruce recién había muerto, justo lo que Bruce había estado esperando desde hacía mucho tiempo atrás, pero nada pudo prepararle para lo que descubrió tras la muerte del anciano y patriarca de la familia Evans.
― ¿Ya sabes a lo que he venido? ―le preguntó Bruce, ignorando del todo la opción de tomar asiento.
Él solo podía pensar en el predicamento en el que le había metido su abuelo incluso después de la muerte.
―Me halaga que creas que estoy enterada de todo, pero no Bruce, no tengo ni la menor idea.
Bruce bufó por la exasperación que le propiciaba el saber que debía decir aquello que no quería, pero se había preparado para ello, por lo que plantó sus pies en el suelo y le dijo:
―Tú estás en deuda con mi familia… el negocio que tienes ha prosperado por el acuerdo que prometiste a mi abuelo… él ha muerto y me encomendó a mí el cobrar esa deuda.
Rut quedó estupefacta en ese instante al escuchar lo que el sujeto de mirada recia y gesto altanero le decía.
―Estás diciendo que…
―Que he venido para llevarme a tu hija: Ella debe convertirse en mi esposa.
Los ojos de Rut se abrieron como platos al escuchar aquello.
La noticia sobre la muerte del anciano había puesto en marcha muchas cosas, pero aquella vieja deuda no era una de las cosas que Rut esperase que saliera a relucir.
Un miedo irracional hizo a Rut sentirse a punto de perder el control.
―Debe ser una broma Bruce.
― ¿Tengo cara de que estoy de ánimos como para bromear?
― ¿No hay otra alternativa? ¿De verdad tiene que casarse contigo?
―La idea me repugna a mí mucho más de lo que ti te repugna, pero si quiero tener todo el control del negocio familiar debo cumplir esa última voluntad del viejo.
Rut estaba a punto de entrar en crisis, pero si por una razón había logrado llegar a la cima, había sido precisamente por tomar las mejores decisiones en momentos difíciles.
―Está bien Bruce, no pienso faltar a mi palabra, solo debo pedirte tiempo, mi hija no se encuentra en la ciudad.
Bruce soltó todo el aire de sus pulmones con un gesto cansado.
Él estaba ocupado en sus propios asuntos y un retraso como ese solo iba a empeorar las cosas.
― ¿De cuánto tiempo estamos hablando Rut?
―Una semana ―explicó la mujer de edad madura que se encontraba sentada detrás del escritorio.
Bruce clavó en ella su mirada y le dijo:
―Solo tendrás un día Rut…. Yo más que nadie odio todo esto por tener que casarme con la hija de mi peor enemigo, pero debo hacerlo para tener el poder, así que si mañana no me presentas a esa chiquilla, te juró que te las veras con el mismísimo diablo.
Bruce terminó de decir esto y salió de la oficina dando un portazo.
Rut respiró aliviada por haber pensado en la solución perfecta: A su hija nadie la conocía, por lo que no sería necesario condenarla al fracaso casándose con ese infeliz.
De inmediato, Rut comenzó a gritar el nombre de Sofía.
Cuando Sofía estuvo frente a ella le dejó en claro lo que necesitaba:
―Debes tomar el lugar de mi hija.
Situación escabrosa.Alex se había quedado de piedra después de escuchar la explicación de Bruce y la posterior confirmación realizada por parte de Sophia.El pobre había tenido que retirarse confundido y preocupado por haber hecho aquello que para él ahora parecía haber sido un espectáculo ridículo. Sophia sabía que el médico lo había hecho con la mejor intención del mundo, pero todo había terminado con una confusión absoluta en la que ella, ni de lejos, podía explicarle que todo eso no era más que una completa locura.Alex se había ido, pero había dejado un infierno encendido detrás de sí, pues antes de despedirse le llamó a ella por su verdadero nombre.—Espero que todo esté bien, Sophia.Bruce no dijo nada al momento y se contuvo para no hacer una escena ahí en medio del pasillo del hospital.Bruce, con mucha calma, le pidió que le siguiese hasta la terraza del hospital, donde se encontraba un espacio donde los visitantes y el personal podían pernoctar durante los almuerzos. Ella
IndiciosSophia comenzó a retroceder. Sus pasos eran torpes por culpa del nerviosismo que le ofuscaba, pero se las arregló para mantenerse con la mente clara para poder esconderse. Sabía que no podía ponerse a riesgo; si Bruce le encontraba ahí sería el momento de exponer todos sus secretos y eso sería una afrenta que el hombre como ese al que apodaban “El diablo” no se iba a tomar muy bien.Un pequeño trote y Sophia pasó el departamento de enfermería con dirección a la terraza. Bruce parecía ni siquiera haber notado que ella estaba ahí, por lo que sentía que ya había quedado el peligro atrás, pero aún no podía cantar victoria.La enfermera melindrosa de la última vez salió a su encuentro.—Estaba rogando por encontrarme a solas con usted, señorita —la enfermera se plantó frente a ella con una actitud belicosa como si se tratara de un campo de batalla.Sophia se quedó estupefacta de la impresión al tener que volver a encontrarse con una mujer de quien ni siquiera recordaba el nombre,
Odio sin remedio.Durante toda esa noche, el sobre con ese dinero había reposado en el mismo cajón donde ella había guardado la peluca y el estuche con los lentes de contacto. El miedo a ser descubierta después de haberse comportado frente a Bruce como lo hizo, era realmente agobiante, pero de la misma manera sentía una adrenalina impresionante.Day fue la encargada de hacerle llegar el dinero antes de que ella se retirase del Bar de Lian luego de haberse dado el gusto de dejar al “Diablo” con las palabras en la boca.—No sé qué demonios le hiciste a ese hombre… pero quiere que sepas que mañana vendrá a verte —le dijo su amiga.—Gracias Day —le dijo Sophia, quien aún estaba decidida a hacer hasta lo imposible para salvar a su niño—, pero aún no sé si me vaya a encontrar aquí.Day le tomó la mano luego de entregarle el dinero.—Lib, sé que con este dinero puede que resuelvas muchos de tus problemas… pero debes entender que si logras conseguir un lugar al lado de ese sujeto, tendrás la
El rostro del misterio—Me tengo que ir.Las palabras de la chica, de ojos enigmáticos y sonrisa tímida, dejaron a Bruce con la tensión a flor de piel. Él no sabía que era lo que estaba ocurriendo en su alma al estar allí teniendo delante de él a esa mujer, pero había algo en todo aquello que parecía tener un matiz sobrenatural de una manera intensa y magnética. El destino parecía estar moviendo hilos poderosos.Bruce jamás había experimentado algo a ese nivel. Esa mujer parecía tener un poder inigualable sobre su determinación.—Quédate —le pidió el Diablo al que Lian y Tom miraban desde la barra, obnubilados de ver lo que estaba ocurriendo delante de ellos: El hombre cruel y despiadado se estaba demostrando en una faceta completamente desconocida para todos ellos. —Lo siento —le dijo ella con una voz que no era ni tímida, ni sosegada; la mujer de cabello dorado y mirada segura estaba convencida de sus palabras—, usted quería verme 7 ya me vio, así que he cumplido con su petición.
Las dos caras de la moneda—¡Estás loca! ¡No puedes irte! —Gritó Day.Esa chica, de ojos alegres y sonrisa sincera, apenas le conocía desde un par de semanas atrás, cuando ambas llegaron a ese bar clandestino buscando la esperanza de un empleo que prometía maravillas. Sophia, esa primera vez, había salido huyendo del bar al primer momento de enterarse de todo a la que se expondría si trabajaba en ese lugar, por lo que prefirió aceptar la oferta de Rut en ese entonces; Day, en cambio, sí se arriesgó y tomó el empleo y fue ella quien le abrió a Sophia nuevamente las puertas del empleo en esa segunda oportunidad.—Lo siento Day, es que no puedo —Sophia estaba estupefacta. La esperanza de esos veinte mil le había llevado a presentarse en el bar, pero la sola idea de correr el riesgo de que Bruce la pudiese encontrar en ese sitio, hacía que su corazón palpitase desbocado. —Pero me dijiste que necesitabas el dinero —bufó Day quien apenas terminaba de colocarse la peluca de rizos dorados.
Incertidumbre escabrosa.Sophia estaba en medio de un amanecer complejo.Ella se levantó de la cama con las primeras luces del alba. Se vistió y salió de su habitación sin tener en claro cuál sería su destino para ese día. Aún sabia que tenía mucho por hacer con la salud de su pequeño, pero tenía en claro que debía hacerle frente a un problema mucho más cercano y peligroso para su propia estabilidad. Apenas salió al comedor, después de haberse pasado la última semana en esa casa encerrada en su habitación, descubrió que su “esposo” desayunaba bien temprano y que ya la estaba esperando en la mesa. —Buenos días, señorita —le saludó aquella voz ronca y profunda que le erizó la piel de una manera extraña. Sophia suspiró. Aún no estaba preparada para afrontar ese asunto. Ella se quedó de pie mirando los ojos profundos de ese al que apodaban el diablo, ese que era un hombre déspota y autoritario, pero que la noche anterior se había convertido en su ángel, entregándose desinteresadamente
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