02. Mejor que nunca

El día para Allie comenzó como cualquier otro, llegó a su trabajo puntual como siempre y su sonrisa inundó el lugar apenas entró. 

—Buenos días, Martha —saludó con entusiasmo a su residente favorita. 

—Buenos días, Allie —respondió la mujer un poco somnolienta. 

—Es hora de tu ducha —Le recordó. 

—¿No debería ducharme solo una vez a la semana? —bromeó Martha y Allie no logró cubrir su boca a tiempo, para ahogar una sonora carcajada, que seguramente se escuchó por los pasillos de la estancia.  

—Vamos a ponerte muy guapa y te llevaré a tomar el desayuno al jardín, el sol está maravilloso —propuso la joven, con entusiasmo. 

—Parece que ya me convenciste —respondió la mujer mayor, poniéndose de pie para ir a la ducha con la ayuda de Allie—. ¿Cómo está el pequeño Timothy? —preguntó por su hermano, mientras preparaban todo en el baño.  

—Aburrido. Desea tener una vida normal, y aunque ahora tenemos la opción de darle un nuevo medicamento que podría ayudarlo, su seguro de salud no lo cubre y es demasiado costoso para nosotras —respondió con pesar. 

—Ya verás que todo va a mejorar —La animó—. La vida nos puede sorprender. 

—Solo espero que me sorprenda de una manera agradable —murmuró Allie.

Después de la ducha, la vistió y recogió su sedoso cabello blanco en un moño. La llevó al jardín para tomar el desayuno, acompañada de otros abuelos quienes de inmediato se acercaron a conversar con ellas. 

Martha, atraía a sus compañeros con sus conversaciones tan interesantes, contaba haber viajado por el mundo y los divertía al comentarles que disfrutaba de bailes con la crema y nata de la sociedad. Allie era la más emocionada cuando mencionaba sus paseos por una cabaña que decía tener alejada de la ciudad, cosa que nadie creía, ya que llevaba varios años recluida en aquella residencia de reposo y no solía tener visitas, a excepción del señor Ardley, un hombre muy elegante que se encargaba de los trámites dentro de la clínica. Las enfermeras especulaban que se trataba de algún buen samaritano que se hacía cargo de los gastos de Martha.

Terminaron el desayuno y Allie empujó la silla de ruedas para volver a la habitación, aunque era una mujer muy conservada, en algunas ocasiones sufría dolores en las rodillas y le costaba un poco caminar. En su rostro aún se reflejaba la belleza que había poseído, sobre todo en sus profundos ojos color verde, que parecían llevar una tristeza a cuestas.

—¿Qué harías si recibieras una gran herencia? —cuestionó la vieja mujer a Allie, que suspiró tan solo de imaginarlo.

—Sin duda, ayudaría a mi hermano a lograr una mejor calidad de vida —respondió, mientras la acomodaba sobre la cama. 

—Eso ya lo imaginaba —mencionó, con obviedad—. Pero, ¿qué más? ¿Acaso no deseas casarte en algún momento? ¿Formar tu propia familia? ¿Viajar a algún lugar lejano?

—Espero no necesitar dinero para conseguir un esposo —bromeó, provocando una espontánea carcajada de Martha—. Creo que disfrutaría más de la vida, tal vez algunos paseos por lugares apartados, conocer otras ciudades —Suspiró—. Ni siquiera podría imaginarlo, además, eso solo sucede en las películas, yo tengo que seguir trabajando como lo he hecho hasta ahora.

—Sí que trabajas muy duro —agregó Martha—. Te admiro, eres una mujer muy fuerte, buena hermana, buena hija y sobre todo, una excelente enfermera —agregó, tomando su mano. 

—Gracias —sonrió Allie, agradecida. Tomó algunas cosas que necesitaba y procedió a ayudarla con algunos ejercicios para prevenir el dolor en sus articulaciones. A los pocos minutos de terminar, Martha ya estaba profundamente dormida. 

—Allie, ¿puedes acompañarme? —susurró Raquel, su jefa inmediata, al entrar a la habitación. 

—¿Pasa algo? —cuestionó Allie, preocupada.

—No —Negó, moviendo la cabeza—. Sé que mañana es tu día de descanso, pero una de tus compañeras se reportó enferma, ¿podrías ayudarnos a cubrirla?

—Por supuesto —respondió Allie, ya que trabajar algunas horas extras le ayudaría con los gastos y, tal vez con eso, podría cubrir las medicinas nuevas que su hermano necesitaba.

Regresó a la habitación y se dispuso a organizar las cosas de Martha, mientras pasaba el tiempo, ya que se desesperaba un poco, sin nada que hacer. 

—Me parece que hoy estás un poco inquieta —La voz de Martha a sus espaldas la hizo pegar un salto.

—Y a mí me parece que tu siesta duró muy poco —respondió, acercándose a la cama. 

—Hoy me gustaría ir a la piscina —Pidió, por lo que Allie no pudo negarse. 

—¿Te ponemos tu bikini? —preguntó divertida y Martha se carcajeó. 

—No queremos que todos los abuelos se nos infarten —bromeó. 

En ese momento el sonido del teléfono de Martha las interrumpió. 

—Voy a preparar todo —aseguró Allie, dándole un poco de privacidad para que tomara la llamada. 

A los pocos minutos regresó y se llevó una gran sorpresa, al notar a Martha visiblemente conmovida, incluso parecía haber derramado algunas lágrimas. 

—¿Todo bien? —preguntó la joven, preocupada.

—Mejor que nunca —respondió Martha con efusividad—. Estoy más que lista para una nueva aventura en la piscina. 

Ambas se cambiaron con sus trajes de baño y con la ayuda de la silla de ruedas, la llevó al área de la piscina, la que por suerte estaba desocupada, ya que era la hora en la que la mayoría tomaba su siesta. Allie tomó de la mano a Martha y le ayudó a entrar al agua. Su cara se iluminó aún más, como si a su mente estuvieran llegando recuerdos muy agradables. 

—Cuando era joven, me gustaba ir a la playa y sentarme sobre la arena. Mojar mis pies y disfrutar el agua fría yendo y viniendo, lo que de alguna manera me daba paz, tranquilidad y me recordaba que las cosas pasan por algo y que tarde o temprano, todo se pone en su lugar —murmuró Martha mientras Allie la escuchaba atenta y se mantenía a su lado para asegurarse que estuviera bien—. Cuéntame algo de ti —Le pidió mirándola con curiosidad. 

—Martha, creo que sabes todo sobre mí, ya que estoy la mayor parte de mi tiempo contigo —respondió. 

—¿No tienes algún pretendiente? —indagó con curiosidad. 

—No, ninguno. Parece que mi uniforme no es lo suficientemente sexy —Se burló y ambas sonrieron. 

—Pero, novio si has tenido, ¿verdad? —insistió. 

—Digamos que sí, pero nada serio. Es complicado tener una relación cuando no tengo tiempo para salir —explicó Allie.

En ese momento, empezaron a llegar algunas personas a la piscina para tomar sus clases de gimnasia acuática, a la cual se unieron, por petición de Martha. 

Parecía que esa corta siesta o la llamada, habían llenado de energía a Martha, ya que después del baño en la piscina, se dispusieron para ir al jardín y tomar un pequeño refrigerio. 

—¿Podemos caminar un poco? —preguntó al terminar. Allie asintió, tomándola de la mano para ayudarla a ponerse de pie.

Pasaron algunos minutos caminando a paso lento por los senderos de la estancia. Parecía que Martha realmente estaba disfrutando su paseo y no dejaba de sonreír.

—Me parece que es hora de irnos a cenar —Le recordó Allie.

—No tengo apetito, pero como sé que falta muy poco para que te vayas, vamos a cenar juntas y así terminaremos esté día tan maravilloso —respondió entusiasmada. 

Usualmente, las enfermeras tomaban sus comidas en el comedor de empleados, pero a Martha le gustaba que Allie estuviera a su lado en todo momento, por lo que ya se le había hecho costumbre acompañarla en el comedor.  Al terminar de cenar, Allie se encargó de preparar a Martha para ir a la cama, mientras llegaba la otra enfermera, encargada del turno de la noche. 

—Bueno, es hora de irme —dijo Allie, dándole un beso en la mejilla como despedida. La mujer mayor la tomó de la mano para detenerla. 

—No desperdicies tu vida, Allie. Eres joven y muy hermosa. Sé que amas a tu hermano y estoy segura que pronto estará bien, pero debes darte un poco más de tiempo para ti —Le aconsejó—. Por favor, disfruta tu día de descanso, sal a pasear y toma un buen vino por mí. 

—No voy a descansar mañana, aquí me tendrás de nuevo —respondió Allie y Martha movió la cabeza en reproche—. La buena noticia, es que no me vas a extrañar el fin de semana. 

—Me agrada tenerte aquí, pero siento que estás desperdiciando tu vida —murmuró con pesar. 

—Te prometo que voy a pensar un poco más en mí —aseveró Allie, para tranquilizarla. 

—¿¡Un poco!? —exclamó. 

—Te quiero mucho, Martha —dijo, cambiando de tema y haciendo reír a la vieja mujer. 

—Buena manera de distraerme. Yo también te quiero mucho, Allie —respondió finalmente. 

—¡Hasta mañana! —Se despidió y la abrazó, antes de salir de la habitación. 

Durante el trayecto a casa, Allie no dejaba de pensar en las palabras de Martha. No podía negar que anhelaba tener una relación donde poder sentirse protegida y aunque le costara reconocerlo, muy en el fondo de su corazón, deseaba tener una pareja que la apoyara y en quien poder apoyarse cuando siente que no puede más. 

Desde que su hermano enfermó a los tres años y se quedaron solos, Allie dejó sus planes de estudiar medicina y optó por una carrera más corta y práctica, la que le permitiría conseguir un buen trabajo, mientras su madre cuidaba de su hermano, ya que, en alguna ocasión, intentó trabajar para ayudar con los gastos y Timothy tuvo un recaída bastante fuerte, por lo que decidieron que ella se encargaría de cuidarlo, mientras Allie trabajaría para solventar los gastos de la casa, siendo esa la mejor opción para el bienestar del pequeño.

(...)

Al llegar a su apartamento su hermano se acercó a recibirla con un enorme y reconfortante abrazo.

—Hola, Timmy, ¿cómo te sientes? —preguntó, revolviendole el cabello. 

—Bien, Allie —respondió—. La maestra vino un poco tarde y mamá me llevó al parque.

—Solo caminamos un poco, no se agitó ni nada —aclaró su madre, acercándose a saludarla—. ¿Qué tal tu día? 

—Bien, mamá. 

—¿La señora Martha está bien? —indagó su madre.

—Sí. Ahora me dejó agotada —Sonrió—, paseamos por el jardín, hicimos gimnasia en la piscina y ella seguía con energía —explicó a su madre, que sonreía divertida. 

—Por suerte mañana descansas —mencionó su madre. 

—Respecto a eso…

—¡Allie! —exclamó molesta, interrumpiéndola—. Llevas varios fines de semana sin descansar. 

—Lo sé, mamá, pero sabes que necesitamos el dinero —Se justificó. 

—Tal vez debería trabajar por las noches para ayudarte con los gastos —propuso su madre. 

—¿Y quién estaría pendiente de Timmy durante las mañanas? —replicó la joven y su madre asintió avergonzada. Allie se acercó a ella y la abrazó con fuerza—. Te prometo que el próximo fin de semana, voy a descansar y me quedaré en la cama todo el día. 

—Yo te acompañaré —agregó el pequeño. 

—¿Lo ves mamá? Ya tenemos un plan —aseveró Allie, abrazando a su hermano que la miraba con una enorme sonrisa. 

Se quedaron conversando por unas horas y después se despidieron para irse a descansar. 

Por la mañana, tomó el desayuno junto a su madre, mientras hacían algunas cuentas para ver si por fin, podrían comprar la medicina nueva para Timmy. Al parecer, esas horas extras que Allie iba a trabajar, lograrían su propósito y eso las tenía muy emocionadas. 

La llegada a su trabajo fue completamente diferente a lo que se hubiera imaginado. Por desgracia, ella sabía perfectamente lo que significaba encontrarse con un equipo forense en la residencia. 

Al entrar, respiró profundo, dejó sus cosas en su casillero, se cambió de ropa y se dirigió a la habitación de Martha, a quien esperaba encontrar tan animada como ayer, por lo que ya tenía planeado lo que harían en el transcurso del día. Conforme se iba acercando, sus compañeros la miraban con lágrimas en los ojos, provocando que una angustia enorme la embargara. Ni siquiera logró llegar, cuando el equipo forense salía de la habitación de Martha, llevándola en una camilla, cubierta por una sábana blanca.

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