La cita.
Las horas se fueron de prisa y Sebastián llega al restaurante que le señaló su padre, era imposible seguir negandose. Su padre lo llamó varias veces para insistirle.
Al bajar del auto, Sebastián se dirige a la entrada con pasos firmes, aunque un nudo de ansiedad se forma en su estómago. Un maître de porte impecable lo intercepta con un gesto cortés y le informa que una señorita lo está esperando. Él suspira, resignado, y sigue al hombre, sintiendo la presión de haber pospuesto una junta importante para estar allí. Desearía estar absorto en sus negocios, en lugar de cumplir con las expectativas de otros.
A medida que se acerca, sus ojos se posan en la joven que lo espera. Su figura, elegante y sofisticada, destaca entre la multitud. Lleva un vestido de diseñador que parece abrazar su silueta con gracia, y en su muñeca brilla una pulsera de oro adornada con pequeñas piedras preciosas que capturan la luz de manera hipnótica. Sebastián siente un impulso abrumador de salir corriendo, dese