LA PÉRDIDA

—Mandy, mi vida —la tomé en mis brazos y paré un taxi que pasaba. No sabía cómo actuar, en momentos ejercía presión en la herida y luego pensaba que no estaba bien. Avanzar era dificilísimo, el chofer se metía por donde podía y Amanda estaba inconsciente.

Un miedo en forma de frío me recorrió por toda la columna y quise llorar, pero debía ser fuerte para ella. Casi veinte minutos después llegamos al hospital y la atendieron de inmediato, entró a quirófano y aproveché para llamar a Vera ya su padre y contarles lo sucedido. Pero la llamada que me urgía hacer era a Eugenia.

—¡Hijo! ¿Ha cambiado de parecer? —Me dijo en cuanto respondió y yo quería gritarle, comérmela viva de ser posible.

—¿Dónde está la perra loca esa? —Pregunté con toda la rabia que había contenido en mi.

—Javier…

—¡Al diablo, soy Julián, entiéndelo de una puta vez!

—¿Por qué me gritas así? —Me preguntó entre lágrimas y aunque supe que fui duro, no me doblegué. La mujer que amaba estaba herida de gravedad por las estupid
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