4. ¡Bienvenido, señor Rahal!

Samira

El aturdimiento al sentir sus labios en mi frente no me deja pensar y el hecho de no poder ver consigue que la sorpresa sea mucho mayor cuando siento como sus manos se van a mis piernas y  cintura y me toma en brazos, consiguiendo que deje  salir un grito, mitad sorpresa y mitad dolor, pues aún me duele todo el cuerpo por el accidente.

No quiero ni imaginar cómo debo verme en estos momentos.

—Lo siento, princesa, pero debo sacarte de aquí asi que vas a tener que aguantarte el dolor por un momento. 

Las ganas de responderle con cientos de improperios me está comiendo viva, pero sé que eso solo me va a traer más problemas, pues aunque no lo pueda ver si que he escuchado hablar de él, su fama recorre todo el medio oriente y esa no es precisamente la de un un hombre amable y cariñoso, no, de hecho es todo lo contrario. Por lo que me limito a apretar los labios con fuerza mientras él comienza a caminar conmigo en brazos.

Aunque si soy sincera, cada una de las veces que escuché a alguien hablando de lo aterrador que Amir Rahal es, solo podía pensar en que no podía ser tan malo si se dedicaba a encerrar a las peores escorias en prisión. Sin embargo, ahora estoy viviendo en carne propia parte de esa maldad de la que todo el mundo habla.

Puedo escuchar el fufuru de personas moviéndose a nuestro alrededor y los susurros ahogados a medida que avanzamos, lo que hace que que mi angustia sea peor y si a eso le sumamos el dolor atronador que siento en todo el cuerpo, aún cuando pareciera que él está tratando de no maltratarme, es sencillamente sofocante.

—¿A dónde me llevas?— pregunto finalmente cuando escucho que se quitan los seguros de un auto.

Sin embargo, el no me responde absolutamente nada, en su lugar siento como me deposita sin demasiada amabilidad en el asiento de un auto que huele a cuero, consiguiendo que deje salir un jadeo al tiempo que un improperio sale de mis labios.

—Mierd4…

La risa baja y grave que sale del hombre a mi lado revoluciona todo mi cuerpo de una forma que sinceramente no sé interpretar o más bien no me atrevo a hacerlo. Todo esto está mal. Mal en magnitudes que ni siquiera puedo expresar.

Estoy a punto de repetir la misma pregunta, cuando siento como todo su cuerpo se inclina sobre mí, no tengo que verlo para saber que tengo su rostro justo enfrente del mío, es como si su presencia desprendiera un aura tan fuerte que lo puedo sentir incluso en mis huesos.

Su aliento cada vez se acerca más a mi rostro y odio el momento en que siento mis mejillas enrojecer y más aún cuando un pensamiento traicionero llena mi mente: “Va a besarme” no entiendo qué es lo que ese pensamiento me hace sentir, pero lo que si sé es que no estoy lista, en absoluto, para que algo como eso pase.

Puedo escuchar mi propia respiración acelerada y mi cuerpo entero parece un motor de lo tembloroso que se encuentra. Sin embargo, mi burbuja se rompe en el instante en que escucho el cinturón de seguridad siendo fijado y al segundo siguiente su cuerpo se ha alejado de mi.

Santísimo Dios, eso ha sido… ha sido…

—No sabía que un rostro tan inocente tuviera un vocabulario tan atrevido.

Lo odiaba. Yo realmente odiaba a este hombre y ni siquiera habían pasado 24 horas desde que lo conocí, pero teniendo en cuenta las circunstancias y la forma en que estoy siendo tratada, estoy en todo mi derecho de odiarlo.

Decido no seguirle el juego y por el contrario intento normalizar mi respiración. La oscuridad absoluta en la que estoy es aterradora, por momentos olvido que ya no puedo ver me encuentro cerrando y abriendo los ojos como si intentara apartar la oscuridad, cuando lo que debería estar haciendo es acostumbrarme a ella.

No consigo contener el suspiro resignado que sale de mi y tengo que apretar con fuerza los labios para que un sollozo aterrado no salga de estos dejandome en evidencia, lo último que quiero es mostrarme más débil de lo que ya estoy enfrente de este hombre. Pero sé que en algún momento voy a tener que enfrentarlo y preguntarle qué es lo que quiere de mí.

No se cuanto tiempo ha pasado con exactitud cuando siento que el auto finalmente comienza a aminorar la velocidad. Intento apoyarme en mis otros sentidos para no estar tan perdida y puedo escuchar lo que parece ser un portón ser abierto antes de que el auto avance un poco más y luego finalmente se detenga.

Un segundo después escucho la puerta ser abierta y todo mi cuerpo se paraliza al no saber hacia donde moverme, dándome cuenta entonces que me he convertido en una inutil. No soy más que un estorbo que no va a volver a valerse por sí misma nunca más.

El simple pensamiento hace que mis ojos ardan e intento con mis manos tantear el lugar a mi lado dándome cuenta que, por supuesto, don prepotente ya se ha bajado dejándome tirada.

Con mucho cuidado empiezo a deslizarme hacia el lugar donde él estaba para tratar de llegar a su puerta, cuando entonces, siento como la puerta a mi lado se abre de repente y el aroma que ya conozco a la perfección llega a mi cuando Amir vuelve a inclinarse sobre mi cuerpo.

Sus manos rozan mi cintura cuando me libera del cinturón y su aliento acaricia mis mejillas cuando finalmente me habla.

—Se que no quieres que te toque, princesa, pero como no queremos que te estrenes un nuevo moretón, voy a llevarte en brazos hasta la entrada.

En  el momento que me toma en peso me obligo a hacer nuevamente la pregunta que me está atormentando:

—¿A dónde me has traído?

Él ni siquiera se inmuta mientras sigue caminando y cuando pensé que ya no iba a contestarme nada, siento sus labios acariciar mi sien cuando me dice:

—Ya te lo había dicho, princesa, vinimos a casa. Ahora es momento de conocer al resto.

¿Al resto? ¿A casa? Pero ¿de qué demonios está hablando este hombre?

Las preguntas se agolpan en mi lengua y no me da tiempo de organizar mis pensamientos cuando él me deja sobre mis pies y me toma de las manos para ayudarme a estabilizarme en el momento justo en que el sonido de la puerta de entrada me pone alerta y de inmediato escucho el coro de voces femeninas, demasiado atrevidas para ser empleadas y demasiado impersonales para ser esposas,  invadir mis oídos:

—¡Bienvenido, señor!, lo estábamos esperando. 

¿Dónde estoy? ¿En el palacio?

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