La tentación del CEO: Esposa ciega, vuelve a mí
La tentación del CEO: Esposa ciega, vuelve a mí
Por: Lizzy Bennet
1. Me perteneces solo a mi

SAMIRA

“Papá… No… “

Dolor, eso es lo único que mi cerebro puede procesar en estos momentos, un dolor tan grande que ni siquiera sé  dónde empieza y dónde termina, pero que me está consumiendo por completo.

El olor a antiséptico y el pitido constante de una máquina a mi lado me hacen saber que me encuentro en un hospital, lo cuál no alivia ni un poco mi preocupación, por el contrario solo consigue alterarme mucho más.

El silencio que sigue al sonido de la máquina es suficiente para hacerme saber que estoy sola en este lugar. 

No hay nadie más conmigo aquí, ni mi padre ni mi madrastra, aunque tampoco es que esa mujer fuera a venir a cuidarme, por el contrario de seguro está ansiosa esperando a que nunca despierte, pero mi padre nunca me abandonaría y ese simple pensamiento comienza a alterarme. 

Porque si no está conmigo es por algo.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano intento abrir los ojos y me cuesta más de lo que debería conseguir que mis pestañas se alcen y por más que trato no consigo recordar porque estoy en el hospital.  

Finalmente mis pestañas deciden levantarse y tengo que parpadear al menos tres veces antes de que el pánico más puro y horrible se empiece a apoderar de mi.

Oscuridad. 

Lo único que puedo ver es la oscuridad total frente a mí. 

Parpadeo un par de veces tratando de que mis ojos se acomoden al lugar pero nada pasa y es ahí cuando mis latidos empiezan a desbordarse y la máquina a mi lado empieza a sonar de manera estridente.

—No veo… No puedo ver ¡NO PUEDO VER!  —Empiezo a gritar desesperada llevando mis manos a mis ojos y siento como lo que posiblemente era una vía intravenosa se desprende de mi mano haciendo que suelte un alarido de dolor.

Mis gritos parecen alertar a muchas personas, porque escucho como la puerta es abierta de repente y el sonido de muchos pasos llena el lugar, pero yo sigo sin poder ver nada.

—Mis ojos —dijo con la voz rasgada por los gritos—. No puedo ver, no puedo ver….

En eso la voz de una mujer, que seguramente es una enfermera llega a mis oídos:

—Señorita, tiene que calmarse, sus heridas aún no han terminado de sanar después del accidente, debe estar tranquila.

“Accidente” la palabra se repite en mi mente una y otra vez en el mismo instante en que un horrible dolor de cabeza se apodera de mi e imágenes de mi y mi padre hablando dentro de su auto comienzan a reproducirse con una rapidez vertiginosa.

Él nervioso diciéndome que estaba en problemas, él diciendo que pronto estaríamos a salvo, yo sin entender nada y luego el auto estrellándose contra nosotros hasta que finalmente llegó la oscuridad para llevársela.

—Mi padre ¿Qué pasó con mi padre? Él iba conmigo en alto ¿¡Dónde está?!

La máquina que controlaba mis latidos estaba sonando como loca y no era para menos, pues yo misma podía empezar a sentir el dolor apoderándose de mi pecho por la fuerza con la que latía mi corazón en esos momentos.

La respiración empezó a volverse trabajosa y el hecho de que no pudiera ver nada solo empeoraba la situación. Entonces la voz de un hombre llegó hasta mis oídos cuando dijo:

—Coloquenle un calmante, lo mejor es que vuelva a dormir por ahora.

—¡Noo! NO SE ATREVA A DORMIRME, QUIERO EXPLICACIONES… QUIERO…

Sin embargo, mis palabras no sirvieron de nada porque entonces poco a poco el sueño y la pesadez comenzaron a llevarme con ellos hasta finalmente perdí la conciencia.

Despierto nuevamente en la oscuridad, la debilidad envuelve mi cuerpo y justo en ese momento la puerta se abre y la voz del médico llega hasta mí.

—¿Cómo te sientes, Samira?

Con voz temblorosa, contesto:

—Me duele el cuerpo y sigo sin poder ver... Por favor, necesito saber qué está pasando. ¿Cómo está mi padre?

Un silencio tenso se apodera del lugar antes de que el médico me diga:

—Samira, tu padre y tú tuvieron un grave accidente automovilístico. El golpe en la cabeza te dejó inconsciente por dos días y ha afectado tu vista. No puedes ver.

La noticia me golpea como un tsunami, no puedo creer que todo esto me esté pasando a mi, como si mi vida ya no fuera lo suficientemente miserable.

Entonces tragándome el nudo en la garganta que me amenaza con hacerme derrumbar, me atrevo a preguntar:

—¿Es permanente? —digo y luego agrego en un susurro—Mi ceguera ¿Será permanente?

El suspiro que sale de los labios del médico hace todo menos darme esperanzas de que la respuesta sea positiva.

—Eso es algo que solo sabremos una vez te pongamos en tratamiento, debemos evaluar cada posibilidad.

La habitación da vueltas a mi alrededor mientras intento asimilar la cruda realidad. Entonces, la pregunta que me atormenta sale de mis labios:

—Mi padre, por favor dígame ¿Cómo está mi padre?

El silencio que se hace en la habitación es ensordecedor y odio no poder ver en estos momentos para descifrar en la mirada del médico la gravedad del asunto, sin embargo, hubiese preferido no saberlo jamás. 

La respuesta del médico me deja en ruinas:

—Lo siento mucho, pero tu padre no sobrevivió.

Las lágrimas brotan desconsoladas, y el médico advierte sobre la necesidad de calmarme. Sin embargo, la desesperación me impulsa a preguntar por mi casa, a mi madrastra. 

Me sorprendo cuando el médico me dice que no hay ninguna mujer conmigo, que desde ayer he estado sola aquí y que tiene órdenes de no dejarme ir.

—¿De quién son las órdenes? —pregunto, pero antes de poder pedir más explicaciones, escucho que alguien más entra a la habitación. 

Aunque no puedo ver, sé que es un hombre por el olor a colonia varonil que inunda la habitación, y mis sospechas se confirman cuando, con una voz grave y ronca, despacha al médico.

—Déjenos solos por un momento —ordena el hombre, y siento cómo la puerta se cierra, sumiéndome en una inquietante privacidad con este desconocido.

Aunque no puedo verlo, sé que el hombre se ha acercado mucho más a donde me encuentro. Casi puedo decir que siento su presencia rodearme y eso lo único que consigue es que el miedo termine de dispararse en mi interior como si de un interruptor se tratara.

Al final, al darme cuenta que el recién llegado parece no tener intención de hablar, me encuentro a mi misma preguntando:

—¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?

Los pasos del hombre se escuchan mientras al parecer se acerca más a donde estoy y yo quisiera en estos momentos poder fundirme en la m*****a camilla o tener las fuerzas suficientes para ponerme en pie y largarme de aquí.

Entonces un jadeo sale de mi y mi corazón se acelera como loco cuando siento los labios tibios y el aliento del hombre rozar mi oreja cuando me dice:

—Yo soy Amir Rahal. El hombre que va a llevarte con él, porque desde este momento me perteneces solo a mí, Samira.

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