2. Ha quedado ciega

Amir

Llevo una semana en Estambul. 

Y por más que quisiera decir que es por mero placer o que estoy disfrutando de la variedad de mujeres que ofrece la ciudad, la verdad está muy lejos de ello. 

Una pista me ha traído hasta aquí, una pista en el caso más importante en toda mi carrera como abogado.

Y eso que soy el dueño del buffet más importante y temido de todo el maldito planeta.

Me encuentro en la habitación de hotel con todas las fotografías regadas por la cama, y en cada una de ellas se ven las distintas personas que he seguido en la ciudad y otras tantas que mi grupo de detectives privados han capturado para mí.  En la pared del fondo he estado trazando los hilos que lo conectan a todos:

Trata de blancas, secuestro, esclavitud, asesinato, narcotrafico y la lista sigue hasta ir conectando punto a punto, persona con persona, solo necesito el puente que me lleve a vincularlos a todo a la m*****a cabeza detrás de toda esta m****a:

El milagroso. 

Así es como lo llaman en el bajo mundo.

La falta de evidencias no me hace dudar, ni por un segundo, de que él es la cabeza de esta masa criminal que no solo se ha apoderado de todo medio oriente, sino que tiene peso a nivel mundial, pues si hay alguien que conozca a la perfección la clase de monstruo que es, ese soy yo, pues he vivido muy de cerca lo que es capaz de hacer.

Dejo salir un gruñido frustrado en el instante en que escucho mi celular repicar por tercera vez con insistencia y sé que ya no voy a poder seguir ignorándolo, por lo que con el rostro deformado en una mueca de rabia camino hasta la mesa de noche y lo tomo viendo que se trata de Said, mi socio en el buffet y mejor amigo.

—¿Qué demonios quieres, Said? Te dije que esta semana no quería que me jodieran, si no puedes encargarte del buffet solo ni por siete días entonces …

—Mohamed Nader ha muerto. 

El aire se queda congelado dentro de mis pulmones y comienzo a sentir mis pulsaciones ir cada vez más rápido mientras que la rabia se va apoderando cada vez más de mi. 

No tengo que preguntar ni siquiera para saber que ese “Ha muerto” se traduce en un “Lo han asesinado” .

Él era una de mis piezas más importantes en la investigación, la información que me había dado y el acceso que tenía para darme más valía oro.

O en este caso le valió la vida, pues no tengo duda de que ha sido el milagroso quien lo ha mandado a matar.

—¿Cómo ha sido? —pregunto con voz engañosamente calmada. 

La tranquilidad antes de la tormenta.

—Han manipulado los frenos de su auto y luego han enviado un auto a que lo arroyara sin retorno. Murió incluso antes de llegar al hospital —me dice, y por alguna razón tengo la sospecha de que hay algo más que no me está diciendo.

—¿Qué es lo que estás ocultando, Said? ¡Habla de una m*****a vez!

El suspiro que mi amigo deja salir desde el otro lado de la línea llega alto y claro hasta mis oídos y eso solo es el indicio de que lo que sea que vaya a decirme no va a gustarme ni un poquito.

—La hija iba con Mohamed en el auto —Por un instante me quedo de piedra y mi mente se queda en blanco antes de que lentamente se vaya formando en mi cabeza la imagen de la chica en cuestión. 

Nunca la he visto en persona, pero cuando investigué a Mohamed la vi en fotos, es una belleza m*****a.

Con su cabello oscuro en ondas que le cae hasta la espalda, y esos ojos verdes y grandes, inocentes. 

Sin embargo, no es más que una cría y aunque pude haberla tenido a mis pies con solo un chasquido, nunca he tenido interés en las mujeres tan jóvenes. 

A mi parecer solo traen problemas. Son caprichosas y problemáticas. 

Eso sin agregar que muy pocas veces saben complacer a un hombre y no tengo vocación de profesor en absoluto.

—¿Murió? —pregunto y por alguna razón, la simple idea de que la chica haya muerto hace que sienta mi cuerpo en tensión.

La línea se queda en silencio por unos segundos que se me hacen eternos, antes de que Said suspire nuevamente antes y me diga:

—No, al parecer se está aferrando con fuerza a la vida, pero está en cuidados intensivos. No se sabe si va a sobrevivir.

Mi mente se queda en blanco por un segundo antes de que todo un plan comience a formarse en mi mente. 

No tengo la más mínima duda de que el cerdo infeliz va a terminar su trabajo nada más saber que la cría sigue con vida, y si está en mis manos frustrarle los planes al tiempo que le saco provecho, no pienso desaprovechar la oportunidad.

—Said necesito que la chica sobreviva, así que amenaza y soborna a quien tengas que sobornar, pero para todo el mundo ella debe estar muerta.¿Está claro?

—¿Qué demonios piensas hacer, Amir? La muchacha no tiene culpa de nada, ella no es…

—¡NO CUESTIONES MIS DECISIONES, JODER! —Sé que estoy siendo un imbécil, pero ahora mismo esto es lo mejor que puedo hacer para joder al hijo de puta que me arruinó la vida—Necesito que escuches con atención lo que necesito que hagas, porque mañana mismo me regreso a Marruecos.

Veinticuatro horas después, me encuentro entrando a una cafetería de esas baratas que se encuentran cerca a los hospitales, al fondo puedo ver el perfil de mi amigo que nada más verme se pone de pie y coloca una mano en el hombro de una mujer entrada a los 40.

Camino con lentitud hacia ellos al tiempo que voy desabrochando el primer botón de mi saco. Soy muy consciente de que la mujer está temblando de pies a cabeza. 

Está llevando un atuendo completo de luto, con hiyab incluido, durante mi investigación me informé de todo sobre ella. 

Sé que una mansa paloma no es. De hecho, es la viva imagen de la ambición.

—Sujen Yijaf—digo y le regalo una sonrisa amplia que consigue que ella se estremezca y me mire con ojos muy abiertos, antes de empezar a temblar.

—Se… Señor Rahal—Tartamudea la mujer en mi dirección y yo hago más grande mi sonrisa—Su… Su socio ha dicho que debe hablar conmigo de negocios, pero yo no tengo nada, mi esposo…

—Silencio—digo levantando una mano y de inmediato la mujer cierra la boca con fuerza.

Con parsimonia me siento enfrente de ella y me encargo de acomodar mi saco de tal forma que ella vea el arma que tengo en la pretendida del pantalón. 

Esa que uso más que todo por seguridad, pero eso es algo que ella no sabe ni tiene que saber.

—Tú, querida Sujen tienes algo que yo quiero y como me siento bondadoso pienso hacer un trato contigo, uno que estoy seguro te va a interesar más de lo que te imaginas.

La mujer me mira ahora con curiosidad brillando en los ojos y sé que ya la tengo en mis manos.

—¿Qué sería eso que usted quiere?

—Quiero que me entregues a la chica —le digo y veo como Sujen abre los ojos con sorpresa y yo me inclino hacia adelante para agregar—Te doy 20 mil dólares si me vendes a tu hijastra.

Pudo ver el momento exacto en que los ojos de la mujer se iluminaron como si de luces de navidad se tratara. 

Yo sé que la mujer no se negaría, la chiquilla no era hija suya y según las investigaciones no le tenía el más mínimo aprecio. 

Sin embargo, no me gusta dejar cabos sueltos.

—Señor Rahal, yo… Yo no tengo problema en hacer negocio con usted, pero debo decirle que los médicos han dicho que es posible que no sobreviva.

—Lo hará—contesté yo con simpleza encogiéndome de hombros antes de sacar un documento de mi saco y tender hacia ella—Si acepta solo debe poner su firma en el documento y todo quedará legalizado, Samira Nader pasará a pertenecerme a mí. Va a ser mía y solo mía.

La mujer ni siquiera lo piensa antes de tomar el bolígrafo y sin siquiera leer el documento estampó su firma en el contrato consiguiendo que yo esbozara una sonrisa amplia, antes de agregar.

—Hay una cláusula que debe cumplir, pase lo que pase, Sujer —le digo y ella fija sus ojos en mí—Todo el que pregunte, Samira murió en ese accidente, ¿está claro?

Avanzo con resolución por los pasillos del hospital, mi mente maquinando planes mientras dejo atrás la cafetería decadente. 

La noticia de la muerte de Mohamed Nader me ha afectado, pero la posibilidad de manipular la situación con su hija me motiva.

Al llegar al hospital, me encuentro con un médico que parece reconocerme de inmediato. No pierdo tiempo.

—Vengo a llevarme a Samira Nader de inmediato —le digo y veo como el médico se tensa antes de decir.

—Claro que si señor, pero por favor primero, déjeme entrar para revisarla, le debo dar la noticia de la muerte de su padre también.

A regañadientes asiento con la cabeza en su dirección. Aunque prefiero la velocidad, acepto la condición, consciente de que la noticia del fallecimiento de su padre debe ser manejada con cuidado. 

Sin embargo, no soy una persona paciente y la espera se vuelve angustiante, y mi impaciencia crece con cada minuto que pasa. 

Finalmente, incapaz de contenerme más, entro en la habitación. 

La visión de Samira en la camilla me deja momentáneamente sin aliento. 

Su belleza es innegable, es mucho más bella de lo que había visto en fotos, la simple imagen me seca la boca, pero algo en sus ojos nublados y en la forma en que intenta buscarme me deja en shock y siento como si un balde de agua helada me cayera encima: 

Samira ha quedado ciega.

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