La sumisa del monstruo
La sumisa del monstruo
Por: Lorena G Muñoz
prólogo

8 años atrás:

Orlando Leone, lleva casado 2 años con su esposa Florencia, una mujer que estuvo a su lado a pesar de saber quién era él. Nunca le dejó de lado, ni le reprochó nada, le amaba y eso era lo más importante. Orlando la amaba y la cuidaba como su joya más grande de su vida, nadie se atrevía a meterse con ella, sabían que si lo hacían se llevarían una bala en la cabeza. Orlando es el dueño del club nocturno más conocido en Sicilia, un club que lleva de todo, a pesar de lo joven que era, llevaba bien el club. Hace unos meses juntos a sus amigos, fueron nombrados "líderes de la Cosa Nostra" donde tenían qué gobernar la mafia Siciliana.

Orlando estaba en el club como todas las noches, solo iba a verificar que todo estuviera en orden y se iba de nuevo a su casa junto a su esposa. La conoció en un día cualquiera, donde ambos chocaron y a primera vista se flecharon. Donde poco a poco se iban enamorando y él dio el paso y la pidió matrimonio. Florencia estaba embarazada de 34 semanas y media, iba a tener una preciosa hija, una niña que desde hace tiempo llevaban buscando.

Orlando era feliz, tenía su felicidad completa, una mujer que lo amaba, una mujer que le iba hacer papá, ¿Qué más podía pedir?

En el club, la música sonaba a todo volumen, la gente bebía y bailaban, las mujeres que trabajan ahí como stripper o sumisas, se paseaban por el lugar semis-desnudas. Orlando avanzó hasta su oficina, las mujeres de ahí deseaban ser la sumisa del monstruo, pero sabían que era un hombre inalcanzable, un hombre casado y enamorado.

Se encerró en su oficina y fue hasta su escritorio, se sentó y fue revisando documentos por documentos. Solo eran las 02:30 de la madrugada y deseaba llegar a casa y estar con ella. Cuando Orlando vio que llegaría un poco más tarde la envío un mensaje.

"Tesoro, so che dormirai, ma tormerò a casa più tarde perdonamos, ti amo."

La dejó ese mensaje escrito aunque supiera que dormiría, quería avisarla y que supiera que él andaba en el club. Ella confiaba en Orlando, sabía que era fiel y en eso no se preocupaba.

Orlando dejó el móvil encima de su escritorio y volvió a los documentos, últimamente había fallos en el tema del dinero, no estaba completo del todo y eso le irritaba, no sabía quién de ahí dentro le estaba robando, pero lo iba averiguar por las cámaras.

Su teléfono empezó a sonar y era un mensaje, Orlando cogió el móvil entre sus manos y era un número desconocido, desbloqueó el teléfono y leyó el mensaje.

"TIC TAC... empieza la cuenta, Orlando, ten cuidado."

Orlando seguía leyendo el mensaje una y otra vez y no sabía que significaba eso, pero era como una advertencia.

Orlando marcó el número de su escolta más fiel.

—A la oficina. — colgó sin dejarle tiempo a responder.

Estaba nervioso, inquieto, ese mensaje le había dejado algo pensativo. No quería dejarlo pasar y necesitaba averiguar quién era el del mensaje.

Poco después su escolta entró a la oficina y cerró.

—Dígame, señor. —dijo el hombre al estar frente a él.

—Quiero que investigues quien me envió este mensaje. — le dio el teléfono y el escolta asintió.

—Lo tendrá lo antes posible. — Orlando no respondió solo hizo un movimiento de cabeza afirmando.

El escolta salió dejando de nuevo a Orlando en la oficina solo, necesitabas saber quién era ese hombre o mujer. ¿Qué querían de él? La cabeza del italiano divagaba con múltiples de preguntas y no obtener respuesta. Tenía pavor que esa amenaza fuera para advertirle que pronto alguien moriría.

Pero... la pregunta era ¿Quién era esa persona?

Orlando tiene muchos enemigos, muchos que quieren hacerle sufrir. Desde que le nombraron unos de los líderes de la Cosa Nostra, el peligro aumentaba mucho más, las amenazas, etc.

Eran las seis de la mañana y Orlando salía de su oficina, quería irse a casa y descansar de una m*****a vez. Estar tanto tiempo lejos de ella, se le hacía el tiempo mucho más largo. Salió del club que ya estaba cerrando y fue directo a su Lamborghini Gallardo, entró en él y fue rumbo a la mansión.

No tenía el teléfono a mano, pero necesitaba investigar sobre el mensaje.

Llegó a la mansión y el portón del jardín fue abierto, metió el coche y apagó el motor. Entró en la casa y todo estaba en silencio, solo estaban despierta los empleados. Subió las escaleras, llegó a su habitación y al entrar la vio durmiendo como un ángel, sin hacer mucho ruido se fue desnudando hasta quedar en bóxer, con mucho cuidado entró en la cama y abrazó a su esposa por detrás, respirando su aroma quedó dormido.

Orlando fue despertado por el sonido de una voz, alguien lo llamaba repetidas veces, cuando visualizó a la persona que lo despertaba sonrió.

—Buenos días, Amore. — saludó él tocando el vientre de ella, se acercó a su barriga. —¿Cómo ha amanecido la princesa de papá? — Florencia sonrió al ver como él hablaba con su hija.

—Hemos amanecido bien, pero tú llegaste tarde ayer. — Orlando se incorporó.

—Lo siento, no quise retrasarme, pero todo fue un caos. — se excusó. —Prometo recompensarte.

—¿Cómo va a recompesarme, señor Leone? — habló en tono seducción.

—Tengo muchas formas, señora de Leone. —la siguió el juego. —Puede ser con preliminares. — acarició su muslo. —Oral o anal. — subió su mano hasta sus pechos. —Y follarte sin parar.

—Se ha levantado un poco juguetón, señor. — él sonrió. —Pero quiero todo eso.

—Mmm y luego soy yo el juguetón. —se burló, la tumbó en la cama y se puso encima de ella, el vientre abultado de ella le impedía poner su cuerpo así que puso su peso en sus codos. —Voy hacerte mía este día.

La besó, devoró sus labios con hambre, sus labios encajaban a la perfección. Esos tocamientos para calentar la situación era el mejor comienzo, Orlando era muy caliente y activo en ese sentido, jamás diría un "no" como respuesta si se trata de sexo, siempre cuando fuera con su esposa.

El miembro duro y grueso de Orlando se empezó a notar, Florencia lo notaba un poco en la parte baja de su vientre, eso la ponía a cien y a mil.

La puerta fue tocada y Orlando gruñó, Florencia mordió sus labios para evitar reírse.

—¿¡Quién molesta!? — gritó sin quitarse de encima de su esposa, no escuchó respuesta y se levantó. —Ya puede ser importante. —advirtió

Abrió la puerta de la habitación y vio a su guardaespaldas, con el informe en la mano, ese informe que le había pedido horas atrás.

—Señor, ya tengo lo que me pidió. —le entregó los datos.

—Grazie, Charlie, déjalo en el despacho, iré ahora mismo. — el hombre asintió y se alejó de allí.

Orlando cerró y la puerta y se acercó a su esposa.

—Tengo que mirar una cosas que me ha traído Charlie, dejaremos nuestro pequeños encuentros sexuales para luego. — la dio un beso en los labios y se metió en la ducha.

El italiano se metió en la ducha y su cuerpo se fue relajando, ese momento era gloria, esa sensación de placer, del calor y la relajación de sus músculos, era magnífico.

Salió de la ducha y enredó una toalla en su cintura, Orlando tenía un tatuaje con la fecha del día que le pidió a Florencia ser su novia, lo tenía en números romanos y lo tenía en la parte costal de su vientre a la altura del torso.

Salió del baño y fue al clóset, desnudo empezó a buscar que ponerse, se decidió por un traje gris de tres piezas. Orlando llamaba mucho la atención, sus ojos azules, cabello oscuros y barba oscura, resaltaba en cualquier lugar, esa mirada intensa. Era el hombre, el sueño del cualquier mujer.

Salió de la habitación, cruzó el pasillo hasta llegar a las escaleras de mármol. Las bajó, caminó hasta su despacho y se encerró. Necesitaba leer el documento y saber el personaje gilipollas que le envió el mensaje. Abrió el sobre y empezó a leer.

"Evans Espósito"

Orlando arrugó su ceño, no conocía a nadie con ese nombre, no que él recuerde al menos. Intentó recordar si lo había visto o hablado, pero nada, no lo conocía, pero si le haría una visita. Tenía la dirección y todo de él.

Después de unos minutos el italiano salió del despacho y en el salón encontró a su esposa leyendo, sonrió. Ella llenaba la casa de alegría y felicidad, a esa casa ella le daba luz y sabiduría y para colmo le iba hacer papá.

Caminó hasta ella y se sentó a su lado, Florencia apoyó su cabeza en el hombro de su marido.

—Tendré que salir esta noche. —ella se levantó y lo miró. —Prometo que está vez estaré en casa muy pronto.

—Cada vez que sales por las noches, me preocupo. — Orlando acarició la mejilla de su esposa. —No eres inmortal, amore. Pueden herirte y yo me moriría si te pasará algo. — él sonrió.

—Prometo estar aquí sano y salvo, volveré aquí con ustedes. — la dio un beso en los labios.

—Confío en ti. —lo volvió a besar.

La noche había llegado y Orlando salió de la mansión rumbo a la casa de ese hombre, no iba a dejar esto por la paz, quería saber porqué lo amenazó.

Se subió a su auto Bugatti Divo color blanco y líneas naranja y salió de allí.

Las luces de las farolas, alumbraban la carretera, Orlando deseaba llegar y conocer a ese hombre. Sus escoltas iban detrás en un furgón negro, jamás le dejaban sólo e iban donde iba él.

Cuándo llegó, estacionó el auto a unos metros de la casa. Por las ventanas se veía las luces del salón, el hombre tenía dinero, la casa era de lujo. Orlando miró su reloj de la muñeca y volvió su vista a la casa, no había rastro del hombre. Poco después, vio la figura de una chica de unos 16 años, pelirroja, estaba claro que tenía que ser hija de ese hombre.

Al ver que el hombre no aparecía, se alejó de allí. Fue rumbo al club, necesitaba despejar la mente y que su mujer no se dará cuenta de su preocupación. Cuando llegó, entró sin mirar el club, se metió directamente en su oficina.

Cuatro de la madrugada y seguía metido en el club, ahí donde tantas veces ha despejado su mente de las preocupaciones, entre alcohol y soledad.

Cogió su móvil y marcó el número de su esposa, el tono empezó a sonar.

—¿Nena? — habló al ver que no había palabras de su parte.

—¿Señor Leone? — dijo una voz masculina al otro lado del teléfono.

—Si, ¿Usted quién es? — preguntó serio.

—Soy el doctor Méndez, su esposa fue herida y está siendo atendida. — Orlando se levantó de golpe de la silla, al escuchar lo que el médico había dicho.

—¿¡Qué coño está diciendo!? — alzó la voz. —¿Ella está bien?

—Señor Leone, es mejor que venga aquí. — Orlando ya estaba saliendo del club. —Aquí le informaré mejor.

Orlando, no contestó, directamente colgó. Corrió hasta su coche, arrancó y fue al hospital. La preocupación que tenía por su esposa, era una agonía en su pecho. Esa advertencia que recibió, fue hacía ella, pero no iba a quedar con los brazos cruzados. A ese le más le valía que ella estuviera bien, de lo contrario, Orlando lo mataría.

Llegó al hospital, corrió hasta el interior y fue hasta recepción. Vio una chica en el mostrador y se acercó a ella.

—Ciao, han traído a mi esposa hace como una media hora, me han llamado. —habló a toda prisa de los nervios que tenía en su interior.

—Tranquilo, ¿Cómo se llama su esposa? — preguntó la mujer

—Florencia de Leone. — respondió, la chica tecleó en el ordenador.

—Si, está en la sala de observación. — Orlando no escuchó más, caminó hasta el lugar que le habían dicho.

Cuando llegó al lugar, vio a un médico y se acercó a él.

—Hola, preguntó por el doctor Méndez. —el doctor le miró.

—Soy yo, ¿Usted es el señor Leone? — Orlando asintió. —Su esposa vino aquí muy grave, recibió dos disparos. — Orlando dejó caer sus primeras lágrimas. —Señor, le voy a ser sincero... Puede que su esposa e hija, no salgan vivas.

Eso no podía ser cierto, no podía perderlas, ellas eran su vida entera.

—¿Qué me quiere decir? ¿Qué voy a perder a mi mujer e hija? — limpió sus lágrimas. —Ya puede hacer lo imposible para salvarlas.

—Señor, hemos hecho lo imposible, no hay nada que hacer. — Orlando negaba con la cabeza, no, no era cierto. —Los tiros que recibió, llegó a su pecho y en el vientre, por mucho que hagamos, sería tiempo perdido.

—¿Cuánto tiempo tiene? —el médico, veía lo destrozado que estaba el marido.

—El tiempo, no lo sabemos, pero si puedes despedirse. — El italiano asintió. —Sígame. — Orlando así lo hizo, le siguió hasta el cuarto que estaba ella.

El médico le dio una seña con la mano para que entrara a la habitación, Orlando abrió la puerta y mordió sus labios. Verla así la estaba destrozando, esa angustia en su alma, ese dolor era algo inexplicable.

Caminó hasta donde estaba ella y posó su mano en el vientre abultado de Florencia, soltó lo que su alma quería soltar, ese sollozo que él tanto quería sacar de su corazón.

—Amore mio, no sabes cómo me duele verte así y más sabiendo que me dejaras para siempre. ¿Qué voy hacer sin ti en esta vida? Tú me enseñaste todo, el amor, la felicidad. — Lloró. —Me ibas hacer papá, eso llenaba de anhelo mi corazón. —se acercó al vientre. —Mi pequeña, no sabes lo feliz y orgulloso que está papá de ti, fuiste fuerte y me hubiera gustado mucho tenerte en mis brazos. Pero quiero que mamá y tú descansen, allí donde vais, van a estar mucho mejor. —dejó un beso en el vientre y se acercó a su esposa. —Vengaré vuestra muerte, vuestra muerte no quedará impune. Te amo con mi vida, os amo. — lo dio un beso a su esposa en los labios de ella y la máquina sonó, ella oficialmente había fallecido delante de él. Orlando sollozó con el alma en mil pedazos.

Los médicos entraron corriendo y el doctor al ver a Orlando llorando, se acercó y lo sacó de la habitación, Orlando luchaba para que no lo sacarán, pero era inútil.

Ese hombre había levantado una guerra, había sentenciado su muerte. Orlando tenía sed de venganza.

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