La respiración de Juan se volvió frenética, y en sus ojos se reflejaba un pánico innegable.
—¡No, no soy yo! ¡Es un malentendido, de verdad!
—Juan, con tu experiencia, podrías ser director en cualquier otro lugar. Hemos sido compañeros, y sé que no eres el autor intelectual. ¿Por qué arruinar tu vida por algunas personas? —Lo miré y suspiré suavemente.
Valentina estaba a mi lado, haciendo gestos para que llamara a la policía, pero sacudí la cabeza. Llamar a la policía complicaría las cosas y podría alertar a los culpables.
Era mejor sacar información primero; si realmente era Hugo quien estaba detrás de todo, necesitaba pruebas concretas.
Juan entrecerró los ojos, pensativo, y luego me miró. —Camila, eres la señora Castillo, ¿puedes garantizarme que no llamarás a la policía?
No quería darle ninguna garantía a un tipo así. —¿Tú qué piensas?
Parece que se desanimó y se dejó caer al suelo. —Te lo confieso, todo esto lo hizo Sofía. Ella dijo que si podía matarte, se convertiría en la señor