En el momento en que recibí el certificado de divorcio, vi a Daniel tragar saliva varias veces, como si quisiera decir algo. Pero al final, no pronunció ni una palabra, solo se quedó allí sentado, sin acercarse a recoger el documento.
Miré el certificado y sentí una gran sensación de relajación.
No dije nada y fui la primera en salir de la oficina de registro civil, mientras Daniel me seguía de cerca.
—Camila... —llamó, con su voz temblaba.
—¿Todavía somos amigos?
—No —Sonreí y sacudí la cabeza; ya no éramos nada el uno para el otro.
Entre nosotros, no se podía aclarar quién le debía a quién. Esa cuenta confusa parecía imposible de resolver. Pero en este momento, podríamos considerarlo como un nuevo comienzo; no era tan difícil.
—A partir de ahora, mejor actúa como si no nos conociéramos —Le hice un gesto con la mano.
—¡Camila! —Interrumpió mi camino, y vi que sus ojos, a pesar de su esfuerzo por contenerse, ya estaban llenos de lágrimas.
En ese instante, mi corazón se apretó.
Daniel r