Ahora entendía la situación: se había dividido en tres bandos. Daniel, después de tantos años de trabajo, todavía tenía su propio poder, y muchos lo apoyaban.
Pero Hugo no se quedaba atrás; sus seguidores eran los más ruidosos.
Y había un grupo que solo esperaba ver el resultado. A ellos no les importaba quién estaba en el poder; lo que valoraban eran los beneficios. Quien pudiera hacerles ganar dinero, ese sería su apoyo.
Sin embargo, noté algo extraño: nadie mencionaba el accidente de Daniel, ni preguntaban si realmente había perdido la memoria. En realidad, no importaba si Daniel estaba o no amnésico, mientras no afectara a la empresa.
Marcos y yo estábamos sentados cerca de la puerta, y ninguno de los dos decía nada. Él me miraba con preocupación, y yo solo sacudí la cabeza, indicándole que no dijera nada. Quien hablara se convertiría en el blanco de todos, y no era necesario que él se involucrara.
Cuando la discusión se tornó acalorada, Daniel golpeó la mesa con fuerza.
—¡Basta! A