KIARA
El avión privado de la familia Armstrong aterriza en el aeropuerto exclusivo de Honolulu después de once horas de viaje. Desabrocho mi cinturón de seguridad y la sonrisa de Reagan me vuelve a desestabilizar.
—¿Lo ves? —se burla—. No fue tan terrible.
—Excepto por las turbulencias. De verdad pensé que esta cosa se iría al mar profundo y me ahogaría con todos mis sueños no cumplidos y tendría que vivir encadenada a ti por la eternidad, por morirnos juntos.
—Me dices exagerado, cuando la exagerada eres tú.
Una risa abandona mis labios y me pongo de pie junto a él. Me cuelgo al hombro el morral café de tejidos que traje y Reagan entrelaza nuestras manos, que su toque cálido siempre me conforta en una seguridad que me cuesta creer en mi misma.
Las miradas furtivas de Maite, de la Señora Renata y de