3: Amor turbulento.

No había dejado de pensar en las palabras que había escuchado de Inés. Massiel quería poder un freno, pero no quería parecer una amante amargada, o pasar como mentirosa.

La rubia dilató sus ojos al percatarse de que había llegado una hora tarde a su empleo.

Echando a un lado el cúmulo violento de pensamientos que aparecieron al percatarse de que había desperdiciado una hora para perseguir a Inés, Massiel caminó hacia su oficina. Al abrirla, el rostro del amor le dio la bienvenida.

—Buen día.

Los latidos bruscos de su corazón se escuchaban como violentas tamboras.

—Buenos días, señor. —Antes de que él pudiera pedirle explicaciones por su retraso, ella empezó a hablar—. Lamento la tardanza, sucedió algo que me retrasó.

«Dile que vas a renunciar».

Massiel pasó por alto aquel pensamiento.

—¿Sucedió algo malo?

—No, señor. No llegaré tarde de nuevo.

«¡Dile que vas a renunciar!», insistió su cabeza.

—¿Problemas personales? —preguntó él, no era muy incauto cuando se trataba de ella, en más de una ocasión, la trataba como su amiga.

—Algo así —se limitó ella a decir.

Un asentimiento por parte de Emiliano, y todo se transformó en silencio. De vez en cuando, ambos compartían intensas miradas, mudas y chillonas a la vez. Una hilarante paradoja.

—El otro día algo sucedía contigo, el día que anuncié mi boda. —Massiel elevó su mirada cuando escuchó a su jefe decir aquello—. ¿Puedes decirme qué sucedía contigo?

«¡Dile que quieres renunciar, cobarde!», la voz de su cabeza la acribilló, pero Massiel mantuvo su mirada de hielo, aunque el corazón se le había derretido hace mucho tiempo por aquel hombre porte elegante.

—No sucedía nada, señor. Me sentía un poco enferma, solo eso.

Odiaba mentirle, pero no había manera de explicarle lo profundamente infeliz que se sentía porque él contraería matrimonio por una mujer cuyas intenciones parecían ir más allá de solo robar su dinero.

Emiliano sostuvo la mano de Massiel, ocasionando una abrupta descarga de emociones en el cuerpo de la mujer.

—Si te sentías enferma, podrías pedir un descanso, eres mi mejor empleada, mi secretaria favorita, te lo daría.

Ella tragó saliva, ponía todo el empeño necesario para evitar que su mano temblara ante el toque de Emiliano, pero fallaba, sus extremidades palpitaban como si poseyeran propia vida.

—No era necesario, s-señor, solo fue un pequeño dolor de cabeza.

Emiliano la contempló, siendo presa de un cúmulo de pensamientos intrusivos; unos pensamientos que le decían que era incorrecto sentir alguna atracción por su propia empleada. Más allá de la boda que se aproximaba, la cual era una razón de peso, él había sido torturado por aquel sentimiento y la poca o nula aceptación que tendría entre su familia.

"¿Tú, enamorado de una mujer como ella? Algo así es inaceptable", podía imaginar que sería la primera reacción de su padre.

Emiliano decidió romper el contacto.

Antes de que su padre lo hubiese obligado a casarse con una mujer a la que no amaba, el corazón de Emiliano latía por aquella rubia, que podía ofrecerle mil miradas de hielo, pero él sabía, que ella era cálida como un abrazo. Él no soportó la tensión entre ambos. Miraba sus labios y la necesidad furtiva se le avecinaba en cada parpadeo.

—Tengo que irme. Nos vemos luego, Massiel.

Con una urgencia repentina que ella no había visto venir, él sujetó unos papeles y se situó de pie, saliendo de allí.

Una vez él se fue, Massiel se convirtió en cenizas.

No tenía el valor para irse de allí. No podía mirarlo a los ojos y decirle que se iría.

Pero tampoco podía quedarse a ver como su corazón era marchitado.

No tenía, no podía, no era.

Massiel estaba encarcelada en su propio corazón.

***

El día había transcurrido con la suficiente normalidad como para que Massiel presagiara que algo malo estaba por suceder.

La dicha jamás había estado de su lado, ella estaba al tanto de aquello. Dudaba mucho que aquel día fuese distinto.

Dio un respingo cuando sintió la puerta  de su oficina siendo abierta de repente.

Emiliano entró al lugar, dirigiendo sus pasos hacia el escritorio de Massiel, en donde había dejado unos documentos.

Antes de que el hombre se acercara a buscarlos, ella se los entregó.

Una sonrisa viajó por aquellos labios de cielo.

Las cadenas que asfixiaban a su corazón, tiraron con más furia.

—El estrés me está matando —murmuró Emiliano, entre risas.

Para él, era necesario esforzarse desmedidamente cuando quería algo, aunque fuese más esfuerzo del que su cuerpo pudiese soportar; los desmayos que había tenido las semanas anteriores, eran un evidente mensaje. Pero era un hombre fuerte, no podía tener siquiera un instante de debilidad, así le había dicho su padre. "Descansarás cuando estés muerto", la voz rancia del hombre estaba impregnada en sus oídos, resurgía cada vez que él ansiaba tomar un descanso.

—Debería tomar un descanso —sugirió de Massiel, evitando encontrarse con sus ojos.

—Debería —reflexionó el hombre, tomando asiento—. Leí los documentos que llenaste, maravillosos, como siempre.

Él bebió café de manera frenética. Massiel siempre había pensado que era mucho café para alguien de solo treinta años, pero se reservaba cualquier comentario.

—Sabes, Massiel, eres una empleada muy importante para mí, por ello quiero hacer algo que nunca he hecho con ninguna otra secretaria.

Massiel se estremeció cuando lo escuchó decir aquello.

—¿En qué puedo servirle, señor?

—Mañana vendrás conmigo a una junta exclusiva.

Massiel le dedicó una mirada a su jefe, incapaz de creer en sus palabras; aquello, era como invitar a un plebe a la realeza. Jamás se había escuchado que una secretaria estuviera autorizada a encontrarse en una junta exclusiva, al menos en aquella empresa jamás se había hecho de aquella manera.

Las reacciones la abandonaron.

—Es importante para mí que estés ahí, Massiel. —El corazón de la mujer palpitó en amor cuando lo escuchó decir aquello—. Eres la mejor secretaria que he tenido en toda mi presidencia. Te necesito allí, conmigo.

—P-pero… ¿en qué podría yo ayudarlo, señor?

Los ojos de Emiliano cayeron sobre los labios de su secretaria, jamás había sentido tanto anhelo de besarlos como en aquel instante.

—Tomarás notas. Tu memoria siempre ha sido mejor que la mía.

Mentiras. Todo aquello era una mentira más para que ella lo acompañara.

—Señor, es que yo…

«¡Renuncia!».

—¿Tú qué?

—Nada. Estaré en la junta.

Emiliano se colmó de paz al escucharla decir aquello.

—Es en la mañana, temprano. A las seis de la mañana empieza. Podría pagarte un taxi su no puedes venir a tiempo por ti misma. —No era demasiado bueno cubriendo su interés—. Pero necesito que estés aquí temprano.

La rubia jugó con sus dedos.

—Estaré temprano, no es necesario el taxi, señor.

—No tiene que molestarse, señor.

—No es molestia, podría ordenar un taxi para ti.

Ella tragó saliva, no quería deberle nada, ni siquiera un favor, lo mejor era mantenerse tan alejada de él como le fuera posible, porque solo así podría sacarlo de su corazón, pero era una tarea difícil en la que ella no se ayudaba a sí misma, ¿cómo se lo iba a sacar del corazón cuando lo veía todos los días? Su voz, dulce, su sonrisa, acogedora, su rostro, atractivo… no creía poder lograr su cometido.

—No, de verdad, no tiene que molestarse y pedir un taxi para mí, me levantaré más temprano sin algún problema.

—¿Estás segura? Un taxi podría resolverlo todo, te aseguro que no es algún problema.

—No, señor, puedo llegar sola, de verdad, muchas gracias

La voz de Massiel era dulce, del mismo sabor de la miel. Él se sumergía en una especie de trance cada vez que la escuchaba hablar. Reacción así jamás tenía con Inés, pues a pesar de todos los atractivos de su futura esposa, amarla se había convertido en una dificultad para Emiliano.

Él asintió, situándose de pie.

—Si tienes alguna duda al respecto, puedes comunicármela, recuerda que somos amigos.

Y antes de seguir exponiéndose a sí mismo, él salió de aquel lugar.

El corazón de ambos retumbó con la misma agonía. Aquel amor enterrado los estaba convirtiendo en cenizas.

***

Desde la distancia, una de las demás secretarias de aquella empresa, observó a Massiel transportar unos papeles desde una oficina hacia otra.

Una sonrisa viajó por sus labios.

—¿De qué ríes? —cuestionó su compañera.

—¿Estuviste ahí el día que el jefe anunció su boda?

—No, pero la noticia corrió como agua.

—Te perdiste de mucho. Massiel casi colapsó por él. Al parecer, la zorra del jefe terminó desterrada.

Una sonrisa marcó los labios bien pintados de la mujer. El rumor de que Massiel era la zorra del jefe, había corrido desde que todos habían percibido la particular cercanía que ambos tenían, una cercanía que iba más allá de un simple jefe y su secretaria.

Massiel mordió sus labios: había recibido la preocupante noticia de que el padre del jefe había caído en cama y que por aquella razón, él había tenido que salir con urgencia de allí. Ella se encontraba preocupada por él, muy preocupada. Tenía su número telefónico, pero encontraba profundamente informal el llamarlo.

«No puedo seguir así».

El pensamiento emergió desde cada parte de su ser. No podía seguir arrastrándose por un amor inconcebible.

La mujer colocó los papeles en su lugar correspondiente, yendo por un par más, pero unos murmullos femeninos, la frenaron.

—Estoy segura de que Massiel ha follado con él.

—Todos aquí sabemos que es la zorra del jefe, naturalmente ha de follar con él.

Una ráfaga de viento fue Massiel, cruzando hacia su siguiente destino.

Su cabeza era un barco que navegaba entre turbulentas aguas, no sabía qué dirección tomar. Había perdido brújula. ¿Follar con Emiliano? Ni en su mayor fantasía. No se habían rozado el cuerpo, no se habían rozado el alma. Ambos eran distancia y aquello le dolía.

Aquel amor, era mucho más turbulento de lo que ambos eran capaces de imaginar.

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