Celeste
Damián y su equipo habían examinado el frasco con el líquido, pero no teníamos respuestas. Yo tocaba con mis dedos el frasco con ese emblema: una especie de remolino con cuatro figuras que no terminaba de entender.Se suponía que mañana por la mañana emprenderíamos el camino de regreso a casa, al castillo y a las adversidades que nos esperaban. Yo solo quería volver a mi hogar.
Mi mate también debía sentirse melancólico, pues en toda la noche no me había quitado las manos de encima. Estaba cada vez más obsesionado. Al entrar a nuestra habitación, Roy me esperaba en la cama y rugió en cuanto me vio en una de sus camisas. Automáticamente, el lobo dio paso al Gran Rey, al hombre más hermoso que había visto en toda mi vida. Estaba frente a mí, completamente desnudo. Era imposible describir la visión que era él: el mejor paisaje, un mundo de sueños, la eternidad y el tiempo hechos hueso y carne.
—No existe amanecer sin tu aliento en mi piel ni noche en la que no seas mi sueño más fer