Capítulo 127.

Halley llegó a la Manada de Hugo con el corazón latiendo a mil por hora.

Había viajado durante la noche, sin escoltas, ella sola. Esto era algo que tenía que hacer por sí misma y no necesitaba a nadie a su lado. Había tomado la decisión de buscar a Hugo y aceptar las consecuencias, fueran las que fueran.

Pero cuando llegó, sintió que algo no iba bien.

El establo estaba cerrado, las herramientas tiradas por el suelo. Las gallinas andaban sueltas; era como si nadie se hubiera molestado en recogerlas desde hacía días. La puerta de la casa de Hugo estaba abierta, o más bien entreabierta, como si alguien hubiera salido con prisa… o no hubiera tenido tiempo de cerrarla.

—¿Hugo? —llamó Halley al entrar.

Solo el silencio le respondió.

La casa estaba revuelta, pero no por descuido. No había platos en la mesa, la ropa no estaba en su lugar, y el pequeño colgante de cuero que él siempre llevaba en el cuello —el que le confesó que era un recuerdo de su madre— descansaba roto