Sentí un hormigueo en la parte inferior de la columna vertebral y se me apretó el corazón. Mi cuerpo se balanceó contra él, gimiendo en voz baja. Cada terminación nerviosa palpitaba de deseo. "Te deseo".
Un quejido agudo se le atascó en la garganta. "Maldita sea", maldijo. "Yo... no tengo condones.