-¿Dónde está mi comida? ¿Dónde están los sirvientes? -rugió, caminando hacia el centro de la plaza con pasos duros. -¡¿Quién se cree con derecho a ignorar mis órdenes?!
El silencio que recibió como respuesta fue más cruel que cualquier insulto. Nadie bajó la cabeza. Nadie se movió. Nadie obedecía.
Y los ojos… los ojos de todos no miraban a Darian, sino que giraban, inevitablemente, hacia Kael.
Darian lo notó.
-¿Así que es esto? -Su voz se llenó de veneno, clavando los ojos en él. -¿Has envenenado sus mentes, muchacho? ¿Crees que porque mi hermano no está, puedes venir a quitarme lo que es mío?
Kael avanzó, sereno, pero sus pasos retumbaban en el suelo como un anuncio inevitable. El murmullo de la multitud creció, y los más jóvenes, como Roan, se abrieron paso entre la gente yendo hacia adelante, expectantes, conteniendo la respiración.
-No necesito envenenar a nadie, Darian -Kael se detuvo frente a él, sin bajar la mirada. -Tu comportamiento bastó por sí solo para perder el respeto de