Alexandre
Mi fin de semana había sido, una vez más, increíble al lado de Jaqueline. Tenerla entre mis brazos me daba una paz que yo no sabía que existía para mí. Mi celular, abandonado sobre el aparador de mi ático, vibraba sin descanso. Yo ignoraba con gusto los mensajes de los viejos compañeros de fiesta: invitaciones para reuniones, cenas regadas de vino caro, paseos por la costa y chistes reciclados. Incluso Pedro me había enviado al menos tres mensajes seguidos:
“¿Ya elegiste el traje de la boda o sigues esperando?”
“¡Ridell! ¿Estás agarrado a la morena, verdad?”
“¿Te secuestraron o se casaron a escondidas?”
Yo solo sonreía ante los mensajes de mi amigo. Lo que yo quería y realmente deseaba estaba en mis brazos todo el fin de semana. No había resaca, música alta o aventura de una noche que superara aquello. Nada más parecía suficiente sin ella.
Regresé del almuerzo recordando con ternura su expresión asustada en la delicatessen. Sus ojos muy abiertos ante la cantidad de chocola