La casa también es tuya…

Jaqueline

La discusión entre Raul y Alexandre comenzó a tomar grandes proporciones. Sentía mi corazón latir descompasado. Raul mantenía su aire burlón de siempre, lo que me hizo ponerme entre los dos hombres. Por el poco tiempo que llevaba trabajando con mi jefe, ya sabía que era un hombre de mecha corta. No toleraba las faltas de respeto.

Pero nada pudo ser peor que escuchar de la boca de Raul:

“—¡Jaqueline está aquí de favor! ¡No tengo que cambiar mis modales por ella!”

Sus palabras resonaron como una bofetada. Me quedé helada. Sentí mi rostro arder de vergüenza, mis ojos llenarse de lágrimas, y un nudo apretado formarse en mi garganta. En segundos, mi dignidad se desmoronó.

Aun con mis ahorros casi agotados, insistía en contribuir con los gastos, aunque fuera con una de las muchas cuentas del apartamento. Aunque Renata provenía de una familia adinerada y el piso había sido un regalo de su padre cuando se mudó de Minas Gerais a São Paulo para estudiar, yo no consideraba justo cargar
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