La noche avanzaba, y mientras las risas y la música seguían fluyendo desde el jardín, Carttal y Aslin decidieron alejarse un poco de la multitud. Caminando despacio, llegaron al balcón que se encontraba en el piso superior de la mansión, donde podían ver las estrellas resplandeciendo en el cielo limpio, sin el bullicio de la fiesta que los rodeaba.
Aslin se recostó en la barandilla, mirando hacia el horizonte, disfrutando del fresco aire nocturno que acariciaba su piel. Carttal la observó en silencio, admirando cómo la luz tenue de las estrellas reflejaba en su rostro. No necesitaba palabras para describir lo que sentía; simplemente estar allí con ella era suficiente.
— Es increíble cómo todo ha cambiado, ¿no? —dijo Carttal, quebrando el silencio, mientras se apoyaba junto a ella, también mirando las estrellas.
Aslin asintió sin apartar la vista del cielo.
— Lo es. A veces me cuesta creer que todo lo que hemos pasado nos ha traído hasta aquí. Este lugar… nuestra familia… todo.
Carttal