La luz matutina entraba a raudales por los ventanales de la cocina, tiñendo las paredes color marfil con tonos dorados. El aroma a pan recién horneado, café y mermelada llenaba el aire, creando una atmósfera cálida y familiar. Aslin estaba sentada en la isla central de mármol blanco, con una bata de lino claro y el cabello recogido en una trenza suelta que caía por su hombro. Frente a ella, tres pequeños comían con entusiasmo, cubiertos de migajas y risas.
—¡Mami, Liam se puso mantequilla en la oreja! —gritó Isabella, señalando con el dedo mientras reía a carcajadas.
—¡Fue sin querer! —protestó Liam, aunque tenía una sonrisa culpable y los dedos aún cubiertos de untuoso rastro.
—¿Cómo que sin querer? ¡Te la pusiste con la cuchara! —intervino Noah, que ya tenía dos tostadas en la mano y mermelada de frambuesa en la punta de la nariz.
Aslin se cubrió la boca para no escupir el café entre risas.
—Parecen pequeños gremlins con desayuno —dijo, sacando servilletas y limpiando con ternura lo