Cristina se vio forzada a levantar la mirada hacia Andrés.
—Con lágrimas en los ojos y un aire vulnerable, susurró: Tu padre fue muy bueno conmigo, y por él daré lo mejor de mí. Además, no quiero verte sufrir más, hermano. Deberías buscar otra mujer, alguien de buena familia. Hay muchas que te aman y merecen tu amor, no deberías estar con ella...
—¿Hablas de ti misma? —Andrés soltó una risa sarcástica.
Cristina tembló, mientras en sus ojos se reflejaba un amor tierno y obsesivo. —Sí, hermano, me gustas. Deberíamos estar juntos, seré una buena esposa... Su mano se deslizó lentamente hacia el rostro de Andrés.
Pero él la apartó con desprecio y le dijo fríamente: —Nunca me has gustado, y nunca me gustarás.
Cristina se estremeció, sus ojos se llenaron de tristeza y melancolía.
En ese momento, la puerta se abrió. Un hombre apuesto entró y, al ver a Andrés sujetando a Cristina, su expresión cambió. Se apresuró hacia ellos, demandando: —¿Qué estás haciendo? ¡Suelta a Cristina ahora mismo!
—Dy