Julia secó sus lágrimas y le dijo a Luz: —Luz, por favor ayúdame a aplicar la pomada.
—Claro—, Luz la trató como a una niña pequeña, tomó un bastoncillo de algodón y le untó la pomada, aconsejándole: —Señora, sea obediente hoy. El señor ha dicho que debe quedarse en casa y no salir a ninguna parte.
—Entendido—, respondió Julia apagada. De todos modos era sábado, así que no tenía problema en quedarse.
Al mediodía, Andrés llamó a Luz para preguntar cómo estaba Julia.
—La señora está bien, ya le puse la pomada y está comiendo el almuerzo en casa—, le informó Luz.
Julia estaba comiendo al lado y al oír que era Andrés, dijo: —Luz, pásame el teléfono, hablaré con él.
Luz le entregó el celular.
Julia contestó la llamada, pero Andrés no decía nada al otro lado.
Esperó un momento y se puso nerviosa inconscientemente. —¿Andrés...?—, lo llamó.
¿Por qué no hablaba?
¿Había pasado algo?
—¿Sí?—, respondió Andrés.
—¿Cómo está mi suegra?—, preguntó Julia apretando el teléfono, sintiéndose extrañamente