La cena se desarrollaba en un ambiente que exudaba calidez e intimidad, un entorno donde los detalles parecían haber sido cuidadosamente seleccionados. Helios, observando el cuidado que había puesto en cada aspecto de la noche, sintió una extraña combinación de emoción y tensión. Había encargado una selección de platillos refinados, esperando que el ritmo pausado le diera a cada momento el peso necesario antes de su confesión final. Herseis, mientras tanto, apreciaba el ambiente en silencio, dejando que cada sabor y aroma le brindara un respiro en medio de las emociones contenidas de los últimos días.El primer platillo, un aperitivo delicado de ostras frescas servidas con una sutil salsa de cítricos, llegó a la mesa en elegantes bandejas de porcelana blanca. Helios sabía que Herseis disfrutaba de los mariscos, y había buscado una entrada que pudiera sorprenderla, algo que evocara recuerdos de momentos tranquilos y sensuales que habían compartido. Él la miraba mientras ella probableme
Helios sintió un calor que invadía cada fibra de su ser mientras pronunciaba cada palabra. Sabía que aquel momento era único, decisivo, y mientras hablaba, la vulnerabilidad se entremezclaba con una fuerza interna que jamás había sentido tan intensamente. Su voz, habitualmente firme y mesurada, adquiría matices nuevos, emocionados, incluso algo temblorosos, algo tan inusual en él que se sentía como si estuviera revelando un aspecto de sí mismo que nadie, ni siquiera él, había conocido hasta entonces.Al confesarle a Herseis todo lo que sentía, la emoción crecía como una marea que lo envolvía por completo. Era la primera vez que se entregaba a palabras tan sinceras y abiertas, sin reservas ni filtros. Recordaba cómo había sido su vida antes de conocerla: ordenada, calculada, y en muchos sentidos vacía. Antes de Herseis, todo tenía un propósito meramente racional, una sólida estructura y predeterminada, y él, al mando de todo, siempre controlando cada aspecto de su vida. Pero desde la p
Herseis experimentó un temblor recorrer su cuerpo desde el momento en que Helios empezó a hablar. Su corazón, en un primer momento helado y detenido, comenzó a latir con una fuerza que hacía tiempo no experimentaba. Cada palabra que Helios le dirigía, cada sílaba, cargada de sinceridad y vulnerabilidad, golpeaba su espíritu con una intensidad inesperada. El aire a su alrededor parecía haber vuelto más espeso, atrapándola en ese instante como si nada más en el mundo importara. Sus ojos se habían clavado en él casi sin darse cuenta, incapaces de apartarse de su rostro que, a la luz tenue de la cena, parecía adquirir una belleza irreal.La voz de Helios, profunda y segura, se mueve con la certeza de quien ha tomado una decisión irrevocable. Mientras lo escuchaba, Herseis sintió que sus barreras, aquellas que se habían erigido a lo largo de su vida para protegerse, comenzaban a desmoronarse. Era como si él hablara directamente a su alma, como si cada palabra lograra penetrar las capas de
—¿Estás seguro? —preguntó Herseis, mientras su mirada se cristalizaba—. Soy una vieja para ti. Hay muchas mujeres jóvenes que se morirían por estar contigo.—Eres la madre de mi hijo, mi esposa y a quien amo. No hay nadie más a quién quiera —dijo Helios de manera segura—. Ni siquiera Henrietta, es a ti a quien deseo a mi lado. No solo quiero estar por un tiempo conmigo, sino toda la vida, cuidar y criar a nuestros hijos. Protegerte y formar un hogar.Herseis comenzó a llorar sin hacer ningún sonido o gesto. Ese muchacho en verdad la había enamorado y embelesado hasta los huesos. Su cerebro le indicaba que no, pero su corazón decía lo contrario.—Tú también me gustas, Helios. Me enamorado de ti —confesó Herseis con su voz quebrada—. Te amo. Te amo… Mi amor.Al escuchar esas palabras salir de los labios de Herseis, Helios sintió cómo su corazón se llenaba de una euforia contenida que jamás había experimentado. Durante tanto tiempo había deseado escuchar su confesión, tan simple y tan co
Herseis pensaba en lo irónico de aquella historia de amor que nunca se hubiera atrevido a imaginar. Helios era, por destino, el hijo de Hariella Hansen, la magnate, aquella mujer que ella tanto había admirado en su juventud, y a quien casi en secreto había idealizado. Hariella representaba esa fuerza y dignidad que Herseis soñaba alcanzar, un modelo de entereza femenina. Y aunque jamás lo hubiera planeado, la vida la había entrelazado con esa familia de una manera que iba más allá de la simple coincidencia. Ahora estaba casada con el hijo de esa mujer, un hombre en quien encontraba una mezcla de juventud y madurez que la dejaba sin palabras, quien con cada gesto y cada palabra le demostraba que aún era capaz de vivir el amor más profundo y apasionado.Recordaba sus propias dudas y temores al principio, cuando Helios le propuso aquel contrato que en ese momento le pareció simplemente una formalidad conveniente. Nunca imaginó que aquel acuerdo iría mucho más allá de lo que firmaron. En
Herseis rememoraba cada uno de sus propios temores, el miedo de volver a abrir su corazón y permitir que alguien llegara tan hondo en su vida, de volver a confiar y depender emocionalmente de alguien después de las heridas que había vivido. Pero Helios había sido paciente, persistente, había estado a su lado no como un joven inmaduro, sino como un verdadero compañero que le ofrecía amor sin reservas. Y ahora, en sus brazos, Herseis comprendía que él no solo le había devuelto la esperanza, sino también la fe en que podía ser amada por completo y sin condiciones.Se aferraba a él, permitiéndose sentir cada latido de su propio corazón junto al de Helios, sintiendo cómo sus cuerpos se adaptaban el uno al otro, encontrando en él una fuente de paz y de emoción al mismo tiempo. Para Herseis, cada segundo en ese abrazo era una promesa, una verdad que iba más allá de cualquier papel firmado; era una unión sellada por sus propias vivencias, por los años que los separaban pero que también los un
—Les diré quién es mi esposo —dijo Herseis, después de tomar el té—. Deben asistir a esta conferencia. Mi marido será aquel a quien yo le entregue un ramo de flores amarillas.En el salón del club, Herseis se sintió extrañamente satisfecha al notar la expectación que había causado entre sus amigas. La amplia y elegante sala, decorada con tonos crema y dorados, estaba ambientada con luz cálida y el aroma a té y pasteles recién horneados flotaba en el aire. Rodeada de Sofía, Eleanor y el resto del grupo, captaba cada detalle de sus expresiones: la chispa de emoción en sus ojos, el murmullo de sus voces cuando oyeron mencionar las flores amarillas y la promesa de finalmente conocer a su enigmático. En ese momento, las amigas se sintieron transportadas a una novela en la que estaban a punto de descubrir un gran secreto.Sofía, con su sonrisa ingeniosa y mirada afilada, fue la primera en hablar. Con su habitual tono de juego y de ligera incredulidad, dijo:—Herseis, por favor. Nos tienes e
Helios inició con los preparativos en el salón de eventos. Les informó a sus padres sobre su decisión y a sus hermanos. Invitó a la prensa y otros medios. En internet y las redes sociales circulaban los rumores de que pronto se revelaría la identidad del dueño del conglomerado de bancos y el CEO del grupo Astral. Eso fue tendencia. En la junta directiva también lo hizo con los demás empresarios, inversionistas y con sus gerentes.El día pronto llegó. El salón de eventos estaba listo y deslumbrante, preparado para recibir a la élite de la industria ya la prensa más reconocida. Situado en un lujoso hotel en el centro de la ciudad, el salón emanaba un ambiente de sofisticación moderna y poder. Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura y relieves en dorado, mientras que grandes candelabros iluminaban con su suave luz dorada el espacio, realzando el prestigio del momento. Mesas de mármol con delicados arreglos de orquídeas blancas y verdes creaban un contraste sutil pero e