Capítulo 23.
-¡Muchas gracias, señorita! - Dijo la pequeña niña a la que le regalé un precioso anillo de esmeraldas.
-De nada. Gracias a tu papi y a ti por vendernos a tan bonitos caballos. - Dije con una sonrisa.
Tío Chad, Mateo y yo fuimos a la aldea fuera del castillo para conseguir algunos caballos; Mateo decía que Rowen House se encontraba a unas buenas cuatro horas a pie y, francamente, no tenía ganas de caminar o correr en mi forma de lobo semejante distancia. Me sentía cansada, quizá por la pérdida de sangre, y me dolía el cuello horrores.
-Eres una chica muy generosa, pequeña. - Dijo el Tío Chad cuando nos despedimos del amable lobo que nos vendió todo lo necesario para el viaje y su adorable asistente. - Fácilmente le diste el equivalente a comprarle 50 buenos caballos.
-Mi preciosa Kiki lo valía. - Dije acariciando el lomo de mi yegua negra.
En el continente Norte no teníamos caballos. Quizá porque no resistirían el crudo invierno; como sea, desde que había visto mi primer caballo e