Era un día lluvioso, 5:30 de la tarde, hora pico. Las personas comenzaban a salir de sus respectivos empleos, empezaba a dibujarse en la ciudad un tráfico descomunal, personas iban y venían desde o hacia sus casas, tal vez a un café o simplemente a caminar o hacer ejercicios. Javier, frente a la ventana de su oficina, observaba la dinámica citadina en tanto se tomaba un café bien cargado y fumaba un cigarrillo. De pronto, la secretaria ubicada afuera de su oficina, lo llamó desde el intercomunicador:
—Señor González, aquí hay una señorita que pregunta por usted —le comunicó la secretaria.
—¿Señorita? —inquirió extrañado e intrigado.
—Sí, dice llamarse Esmeralda.
Javier se quedó un momento en silencio, impresionado y dijo:
—¡Dígale que pase, por favor! —Tenía la re