10. ¡Nadie aquí se duerme hasta que aparezca mi esposa!
Despertó a todo el mundo en la hacienda.
— ¡Patrón, en las caballerizas no está! — le informó Francisca, que salió despavorida a buscarla cuando se enteró.
Nick sabía que desde el primer momento ella y su esposa habían congeniado muy bien, por eso notaba ese semblante preocupado en la muchacha.
— ¡En los cafetales tampoco! — secundó Paulo.
Los rostros en el salón de la casa grande eran los mismos: expectantes y angustiados.
Nicholas, ya rebasado, se pasó las manos por el cabello.
— Nada, patrón, nadie da razón de ella — apareció Lisandro, el capaz de la hacienda, y para ese punto, uno de los muy pocos hombres que Nicholas podía considerar su amigo.
Él ya estaba al tanto de todo y de cómo terminó casado con Calioppe.
Ya rebasado, Nick se mesó el cabello. Esa angustia en el pecho era ya demasiado grande.
¡Iba a estallar en cualquier momento! ¡En ese momento!
— ¿Cómo es posible que nadie la haya visto salir? ¿Qué se haya esfumado como una aparición? ¡Carajo! ¿Es que aquí las per