Benedict llega al lugar con el ceño fruncido, vestido con un traje azul oscuro perfectamente ajustado a su cuerpo atlético. Apenas cruza la entrada de servicio, un hombre se le acerca con discreción y lo integra con naturalidad en el grupo encargado del catering. Nadie sospecha. La estrategia funciona. Benedict asiente en silencio y lo sigue.
Una vez en el jardín, desvía su camino bajo la indicación de otro hombre que ya lo espera cerca del sendero que da al patio trasero. Hay coordinación en los movimientos. Es la primera vez que Benedict se infiltra como un ladrón en casa ajena, pero todo es por su esposa.
—Por aquí —le dice el segundo hombre, abriendo una pequeña puerta que conecta dos patios.
El sonido metálico del pestillo