Se me llenaron los ojos de lágrimas al recordar a la única amiga que tuve, Marcela, ella tuvo un accidente y quedó muy mal, murió quince días después. Yo no me despegué de su lado en todos esos días. Ahí conocí mejor a José, que desde entonces me trató como a su hermanita. Él tenía diecinueve años. Desde que Marcela falleció, él nunca me dejó sola, siempre estuvo pendiente de mí.
Sentir la mano de Gabriel en la mía, me volvió a la realidad.
―¿Estás bien? ―me preguntó con preocupación.
―Sí, sí,
Él pasó una mano por mi mejilla, no me había dado cuenta de que estaba llorando.
―Perdón. ―Atiné a decir.
―¿Por qué pides perdón por llorar? No hay nada de malo en ello. Ven.
Me hizo levanta