Las palabras se atoraban en la garganta de Helmut. Quería decir tanto, deseaba hacerlo, pero, ver el milagro con sus propios ojos, era algo que le causaba mutismo. La emoción era demasiado grande.
—¿Qué le pasa, señor? — Pregunta Aitana confundida. Helmut suspiró profundo y agradeció mentalmente por el milagro por el que tanto habían orado. El, no había sido un hombre devoto y mucho menos creyente a las cosas relacionadas a Dios. Pero, después de todo lo que había vivido con Aitana, había asistido tanto a la iglesia y oraba tantas veces cada día, que parecía una alma comprometida con Dios. Uno que le había respondido meses después de súplica, pero, lo había hecho. —Dios, gracias. Te agradezco Padre Celestial, por este milagro que nos has dado. — Dice Helmut mientras calma su llanto.—Se&ntild