Las mujeres se quedaron en silencio por largos segundos y se miraron con ansiedad sin decir nada.
—Margarita, no quiero perderlo —dijo su suegra y se acercó a ella con desesperación en la mirada—. Me perdí toda su infancia y adolescencia por satisfacer a su padre y, ¡míranos! —reclamó dolorida—, vamos a divorciarnos.
—No vas a perderlo —dijo ella y le sonrió afable—. Pero debes darle tiempo para que te perdone —agregó sincera y se aguantó el llanto con valentía.
No iba a mentirle respecto al camino nuevo que Lucca había escogido para continuar con su vida, pero tampoco iba a entregarle ilusiones.
—Está bien —dijo su madre, cabizbaja y aceptó la verdad con