Victoria se sentó en su oficina, rodeada de pilas de papeles y la pantalla de su computadora mostrando un informe que no había avanzado desde hacía horas.
Los números y gráficos parecían un idioma desconocido, incapaz de retener su atención. Su mente estaba atrapada en un bucle, recordando una y otra vez esa absurda guerra de feromonas que se desató la noche anterior en la casa de Elena y Hades.
El perfume natural de Amir había sido una bomba atómica para su sistema. Su pecho se tensaba con solo pensarlo, algo completamente inaceptable para una Alfa dominante como ella.
“¿Cómo demonios pasó esto? Nadie me había afectado jamás.”
—Victoria, ¿me estás escuchando? —preguntó Lucas, su hermano menor, mientras dejaba una carpeta en su escritorio.
Ella lo miró, sobresaltada. Lucas era más relajado, siempre despreocupado, pero no por eso menos observador. Su ceja arqueada dejaba claro que había notado su desconcentración.
—Claro que sí —mintió, enderezándose en su silla.
—Ajá… Entonces dime, ¿