—¡Cállate! ¡¿Tú también?! ¡¿Echando sal en mi herida a propósito?! ¡¿Quieres que te despida?! —rugió Lorenzo furioso antes de colgar.Al otro lado, Aurelio miraba el teléfono sin saber qué decir...
Solo ahora que había perdido a su esposa por su propio comportamiento se daba cuenta de lo que valía. Rabia impotente que ya no podía remediar nada.
Mientras tanto, junto al edificio comercial.
Aunque cada minuto que pasaba hacía más evidente que no vería a Marisela ese día, Lorenzo esperó hasta las diez antes de volver a casa.
Poco después de que su coche girara para marcharse, una figura salió por la puerta principal dirigiéndose hacia la estación de metro.
Marisela miró su teléfono. Mañana sería el último día laborable de la semana; después tendría dos días para no preocuparse por encontrarse con él.
Pero seguir escondiéndose no era una solución permanente. Esperaba que Lorenzo dejara de buscarla como un demente.
Recordó la conversación de hoy, cómo él se disculpó y afirmó haber echado a I