De seguro ella estaba encerrada en su habitación llorando y empacando sus cosas, era tan débil que de seguro no me iba a dar la cara.
Con el paso de los minutos decidí entrar a mi habitación para ducharme y ver si salía a caminar un rato y así calmar el malestar que me estaba invadiendo.
Antes de entrar a mi habitación, decidí acercarme al cuarto de al lado, acerqué una de mis orejas a la puerta para escuchar si estaba llorando, pero no escuché nada y me comenzó a carcomer el remordimiento por haberle hablado tan fuerte.
Estuve a punto de tocar la puerta, pero me arrepentí cuando ya tenía el brazo al aire empuñado. Volví sobre mis pasos y entré en mi habitación, cerré la puerta y comencé a quitarme la camisilla gris que tenía puesta mientras caminaba a la puerta del baño.
De repente, escuché la puerta de