Se podría decir que funcionó, porque Rousse dejó de gritar y entró en shock. Al momento en que reaccioné en lo que había hecho, llevé las manos a mi boca y comencé a temblar.
—Oh… Dios mío, perdóname —solté, intenté llevar mis manos a su rostro, pero ella comenzó a temerme.
—¡No, no, no…! —suplicó mientras se abrazaba a sí misma.
No pude más y solté el llanto, algo que la dejó fuera de sí mientras me miraba fijamente.
—Perdóname, Rousse, —supliqué— pero es que yo no sé qué hacer, cómo ayudarte y tengo tanto miedo de que te mueras. No quiero, sería horrible verte morir.
Ella llevó una mano a su mejilla que ahora estaba roja.
—No voy a morir —soltó con la voz quebrada y ahogada—. No es la primera vez que lo hago, ya sé que no voy a morir.
Solté un sollozo ahogado al ver que decía eso con tanta seguridad, ¿cuántas veces tuvo que intentarlo para que hablara con tanta certeza?
De un impulso me acerqué a ella y la abracé, al principio ella no quería, pero después se desbordó en llanto y me