Ese día estuve bastante silenciosa en el trabajo, tampoco tenía ganas de fingir que todo en mi vida estaba bien, porque las máscaras en mi rostro estaban quebradas y lo único que quería era llegar a mi casa, no encontrar a nadie y poder tomarme las pastillas.
Así que, a la salida, cuando Alejandro intentó convencerme para que me acompañara a la parada de buses le dije que no, que no me insistiera y me marché.
Logré comprar la última tanda de pastillas en la droguería que quedaba cerca al puente, así ya tenía muchas pastillas para lo que haría al día siguiente.
Esperé en silencio a que llegara mi ruta. Veía a las personas que se acercaban a la parada de buses, a veces se sentaban a mi lado y se levantaban cuando llegaba su ruta. Me sentí como la Rousse de antes, la que sólo vivía su rutina, donde no había nadie