La aprendiz del millonario
La aprendiz del millonario
Por: miladyscaroline
1. Vendida al millonario.

Todavía podía recordar las palabras de mi madre después de haberme ofrecido en bandeja de plata a ese hombre. Al increíblemente atractivo y millonario, señor Kahler.

—¿Me has vendido? —Pregunté, pero mi voz solo era un hilo tembloroso.

—¡Mírate! Eres insípida e incapaz, tú nunca podrías sacarnos de la pobreza. Si algo bueno puedes hacer ahora mismo por mí, es recoger tus cosas e irte con ese hombre. Ha pagado una pequeña y buena fortuna por ti.

Sacó un cigarrillo y lo encendió, completamente desinteresada por mi corazón roto. ¡Era su hija! ¿Cómo se había atrevido a algo tan monstruoso?

—¿Cuánto? —La miré con rencor—. ¿Cuánto ha pagado por mí?

Ella soltó una sonora carcajada.

—Mucho menos de lo que vales. Ahora, recoge tus cosas y lárgate. Estoy perdiendo la jodida paciencia contigo.

Fue la última vez que supe de ella, fue la última vez que la miré a los ojos. Nunca podría olvidar esa mirada, nunca podría olvidar el desprecio con el que me observaba.

Llovía a cantaros en Sídney cuando bajé las escaleras de aquel rancio edificio, había vivido allí desde que tenia uso de razón, pese a que no habían sido unos buenos años, era mi hogar, el único lugar donde podía de algún modo sentirme segura.

Junto al auto me esperaba un hombre de traje que cruzaba los cuarenta y tantos años y no, ese no era el señor Kahler, rápidamente lo supe porque aquella barba y aquel robusto cuerpo no se comparaba con un apenas visible y fino vello facial y la montaña de músculos que se apretaban bajo su traje costosamente caro cuando le vi cerrar aquel trato con mi madre escondida detrás de la puerta.

El hombre mayor me abrió la puerta del auto y me ofreció una sombrilla por encima de mi cabeza para que me protegiese de la lluvia.

Murmuré un agradecimiento y salté dentro del auto arrastrando charcos de agua con mis botas amarillas de lluvia. Fue en ese instante la primera vez que vi al señor Kahler de cerca.

Sus ojos eran color avellana y sus pestañas negras y pobladas. Sus hombros se formaban duramente en una línea recta que apenas y subían con su controlada respiración, no había espacio para la inseguridad en él. Era el hombre más impresionante que había visto jamás en mi vida. Su imponente figura destilaba elegancia y formalidad.

Aparté la mirada al sentirme intimidada y contuve un jadeo al mismo tiempo que emprendíamos camino por las calles llenas de agua en la ciudad.

Veinticinco minutos después nos detuvimos en un casi alucinador edificio de no sé cuantos metros de altura, rodeado de grandes áreas verdes y luces que adornaban como si fuese una jodida película de la aristocracia.

— ¿No hablas? —Su voz acarició mi nuca, había estado todo el tiempo detrás de mi espalda.

—¿Es usted millonario, señor Kahler? —Pregunté en un murmullo, impresionada por lo que mis ojos observaban en el momento que bajamos del auto y las puertas del elevador se abrieron para nosotros.

—Digamos que he trabajado muy duro para conseguir lo que he querido. —Respondió mientras me invitaba con su mano a que me introdujera en el vestíbulo.

Un imperioso ático construido de altas paredes de cristales, dejando ver los rascacielos más importantes de Sídney. Una decoración ostentosamente cara con jarrones bañados en lo que parecía ser oro y plata.

—¿Cómo comprar personas también? —Cuestioné de pronto y un instante después, quise morderme la lengua por eso.

—También, Ariel. —Dijo sin preocuparse—. Adelante, te mostraré tu habitación y Amelia te indicará las normas de la casa.

—¿Amelia? —Quise saber quién era mientras avanzábamos por el salón principal y subíamos las escaleras.

—La ama de llaves.

—Oh…

Llegamos a la que sería mi habitación y me recibió una increíble y cómoda cama de dos plazas que le adornaban sabanas grises de seda. También un closet impresionante lleno de piezas de alta costura y que no favorecerían a mi desaliñada figura.

—Espero sea de tu agrado, ponte ropa cómoda y ve a mi habitación en cuanto estés lista. Es la última puerta al final del pasillo.

Asentí con el corazón latiéndome a mil revoluciones, ¿Qué esperaba? ¿Flores rojas y una cena romántica?

Estaba aquí para ser suya, por eso había pagado por mí, para tenerme las veces que quisiera y de la forma en que le apeteciera.

Una vez que estuve sola, pude soltar todo el aire que había estado conteniendo dentro de mis pulmones. Tomé una ducha caliente y froté mi piel con un exfoliante de durazno que había en la repisa del baño. También me lavé el cabello con champú y enjuague de flores.

No estaba acostumbrada a ese tipo de comodidades, así que me permití disfrutarlas por un instante.

Me metí al closet buscando algo que pudiese encajar con mi figura, nada me convencía, ni siquiera el tipo de lencería, la una era más provocadora que la otra, sin embargo, había una en particular que llamó mi atención, era toda negra y cubría un poco más que las otras.

¿Le gustaría al señor Kahler? Pensé y sentí el rubor instalarse en mis mejillas.

Sacudí la idea de mi cabeza y me terminé de vestir, le decisión final fue un suave vestido de seda plateada. No era muy buena con zapatos altos, así que salí de la habitación descalza.

Me quedé un instante mirando la puerta de la habitación del señor Kahler, luego retrocedí y repetí el procedimiento un par de veces

—Te he visto retroceder al menos siete veces a través de la línea de la puerta, Ariel. —Escuché su voz y tuve una fuerte sacudida.

Tomé aire y apreté los ojos con fuerza.

—¿Puedo pasar? —Pregunté luego de un instante

—Adelante.

Empujé la puerta con cautela, asomándome.

Su habitación era lujosamente grande, el doble que la mía. La decoración no era exagerada, sin embargo, era preciosa. A su izquierda un pequeño salón con un amplio mueble y un televisor de cine, el resto, cuadros y demás.

El señor Kahler me miró de arriba hacia abajo, como si estuviese desaprobando mi atuendo, una sonrisa se asomó en su rostro.

—¿Está riéndose de mí? —Las mejillas comenzaron a arderme en ese momento.

—En lo absoluto, sin embargo, no es lo apropiado para la cena que tendremos en… —Miró su reloj—. Quince minutos.

—¿Cena? —Pregunté sorprendida—. Creí que…

—¿Qué? —Me interrumpió—. ¿Qué tendríamos sexo esta noche?

—Pues usted ha pagado por mí.

—¿Y crees que ha sido porque necesito sexo? —Me miró con el entrecejo fruncido.

—Bueno, yo…

—Acércate. —Me pidió y yo obedecí arrastrando mis pies hacia donde estaba él—. No voy a tocarte un solo pelo hasta que seas tú quien me lo pida.

Tragué saliva, ¿Qué?

—No comprendo, señor Kahler.

—Tampoco espero que lo hagas, ¿tienes alguna otra pregunta antes de ir a cambiarte?

Asentí.

—¿Por qué yo? —Le miré a los ojos, marrones y grandes—. Me refiero, ¿Por qué ha pagado por mí?  Usted podría tener a la mujer que quisiera sin la necesidad de pagar por ella.

—¿Qué te hace pensar que podría tener a cualquier mujer con facilidad? —Se cruzó de brazos, observándome.

—Creo que es un hombre exitoso… —Comencé a decir—. Vi sus diplomas colgados en la pared y en las películas los hombres exitosos y millonarios, tienen mujeres exuberantes a su lado.

—¿Tú que clase de mujer eres, entonces?

—Una muy diferente a lo que usted podría estar acostumbrado. —Respondí de inmediato.

—Ve a cambiarte, Ariel. —Interrumpió la conversación—. Usa algo más apropiado y calza tus pies, por favor.

—No me gustan los tacones.

—En ese caso, te lo dejaré pasar por esta noche.

Asentí, poco después, ya me había cambiado por un bonito conjunto de falda y bajé las escaleras encontrándome con una cena servida y rosas rojas como decoración en medio de la mesa.

La cena transcurrió silenciosa y sin prisas. El señor Kahler consumió todos sus alimentos y no se levantó de la mesa hasta que yo hubiese acabado mi plato, que, a decir verdad, parecía una buena porción para dos personas.

La mañana siguiente desperté con los primeros rayitos de sol que se filtraban por las ventanas. Me estiré, sobre la mesita junto a la cama, había un sobre blanco con una pequeña nota escrita a su lado.

«Buenos días para cuando leas esto. He tenido que dejar la ciudad por muy poco tiempo. Te he dejado una tarjeta de crédito a tu disposición para que puedas usarla en lo que quieras. Sé que no ha sido de tu agrado la ropa que he elegido para ti»

Al final de ella, su nombre y apellido grabados con una tinta.

. . .

Los días posteriores, Amelia me mostró cada rincón del ático y sus llaves, también las normas que había impuesto el señor Kahler y que debían ser cumplidas al pie de la letra.

La hora de las comidas no eran cuestionables.

La hora de salida y entrada del ático eran muy estrictas.

También cada lugar debía permanecer impecable.

Al señor no le gustaba el desorden, tampoco las visitas.

El timbre verde encima del elevador se prendió cuando terminé de ayudar a Amelia a hornear un pastel. Alguien estaba subiendo, por un instante, creí que se trataba de él, luego descubrí que no.

Graciela, mi madre, entraba por las puertas con total despreocupación.

—Hijita… —Trató de acercarse en muestra de saludo, yo me alejé.

—¿Qué haces aquí?

—Sabía que este tipo estaba forrado en dinero, pero no creí que tanto. —Barrió el ático con su mirada—. ¿No vas a darle un beso a tu madre?

—Una madre no vende a su hija.

—No seas dramática, gracias a mi tienes esta vida.

No podría creer lo que estaba diciendo.

—Quiero que te vayas. —Le pedí.

Ella soltó una carcajada y luego fue a por mí tomándome del brazo.

—Maldita mal agradecida. —Tiró de mi con fuerza, casi arrastrándome.

—Tienes un segundo para soltarla o vas a lamentarlo. —La voz del señor Kahler inundó todo el salón.

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