Brenda despertó lentamente, sintiendo una luz blanca que le quemaba los ojos. Tuvo que cerrarlos de nuevo, frustrada por la incomodidad, y comenzó a contar lentamente para calmarse. Luego, con precaución, los abrió de nuevo, dejando que sus ojos se acostumbraran poco a poco al brillo de la habitación.
Cuando finalmente pudo mirar a su alrededor, se percató de que estaba acostada en una cama de hospital. A su lado, un monitor emitía un leve pitido constante, midiendo su ritmo cardíaco y su pulso. El sonido era monótono, pero a la vez tranquilizador, como si le asegurara que seguía allí, viva.
Brenda estaba desorientada. No recordaba cómo había llegado allí, pero el pánico comenzó a apoderarse de ella cuando su mente la devolvió al momento en que el dolor la había derribado. Recordó claramente la sangre recorriendo sus muslos, el miedo que la paralizó y los gritos que había lanzado en busca de ayuda. El recuerdo era tan vívido que le provocó un nudo en el estómago.
"El bebé…" pensó, lle