Atina
Mientras yo salía por el portón central, ellos se habían escabullido por algún lugar del que yo no tenía conocimiento. Pero en menos de cinco minutos estábamos fuera del EEI.
“Quédense donde ella no pueda verlos” les pedí.
El EEI tenía un enorme predio, pues el campus de su universidad estaba lindaba con el instituto. Caminé hasta el portón sur, donde me indicó Jess que estaba Luana.
Su cabello rojo brillaba bajo la luz del sol. Su piel de porcelana, pristina, no tenía imperfección visible. Cuando la conocí me había parecido muy bella, pero ahora se me hacía irreal, como salida directamente de un libro de cuentos.
Ella no estaba sola, William la acompañaba. Debí anticipar que él también estaría allí.
Mi rostro ardía, muy a mi pesar. Pero cami