Julián se saltó cinco semáforos en rojo y regresó a casa lo más rápido que pudo.
Simplemente no podía creer lo que le dijo el mayordomo. No podía creer que yo me hubiera ido de repente si un día antes estábamos bien.
¡Eso era imposible!
Cuando abrió la puerta de mi cuarto, su corazón, que estaba en vilo, cayó de repente en un abismo de miedo.
Estaba vacío y no había nadie. Hasta mis pertenencias personales habían desaparecido.
—¡Noa! ¡Noa!
Se asustó y comenzó a gritar mi nombre sin parar. Empezó a buscarme por toda la villa, abriendo cada armario y cada cajón, tratando de encontrar alguna señal de que yo no me había ido.
Pero se desilusionó.
Lo que lo desesperó aún más fue que yo no me había llevado ninguno de los regalos que me había dado. Estaban todos en cajas, dispuestos en perfecto orden.
—Noa, ¿ya no me quieres?
Finalmente se dio cuenta de que la pared llena de nuestras fotos en aquel momento estaba completamente vacía.
Julián se arrodilló desesperado en el suelo y buscó en todos