La voz de Desislava resonó claramente, alcanzando a todos los generales presentes y a los soldados de los Halcones de Hierro. Ella siempre había hablado de manera directa, sin rodeos. Pero estas palabras intensificaron el desprecio de aquellos que ya miraban a Isabella con desdén.
Las conversaciones en el campamento se transformaron en gritos e insultos dirigidos hacia Isabella, extendiéndose como un vendaval.
Estrella y los demás se pusieron furiosos. Si no hubiera sido por la disciplina militar, habrían subido de inmediato para enseñarle a Desislava cómo comportarse. Ver a Isabella mantenerse tan tranquila, incluso después de ser provocada de esa manera, los enfureció aún más. Desislava estaba atacándola abiertamente, y ella seguía impasible, observándola sin responder, como si fuera una estatua.
Pero Isabella realmente no reaccionó, ni siquiera su expresión cambió, solo su mirada se volvió más profunda y serena.
—¡Isabella! —El Rey Benito tomó la vara larga que Cicero sostenía y se