Constanzitaa se asustó con la mirada feroz de Desislava, dio un paso atrás y cayó sentada al borde de la cama. Comenzó a llorar desconsolada.
—Madre, ¡ella se atrevió a pegarme! —lloró, buscando consuelo.
Al ver que su hija, la más querida había sido golpeada, la vieja Rosario se enfureció.
—Theobald, contrólala.
Theobald, de pie frente a Desislava, mostró una expresión agotada, como si cada fibra de su ser reflejara el cansancio que lo abrumaba.
—¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? Si dijo algo malo, bastaba con decirlo —dijo en un tono fatigado.
Los ojos de Desislava destellaban con una mezcla de decepción y resentimiento.
—¿Y qué si le di en la cara? Ella ha inventado cosas sobre mí, ¿por qué no le dices entonces nada a ella?
—Yo no dije nada, es lo que se comenta afuera de estas paredes. Si tienes tanto valor, ve y enfrenta pues a quienes están allá afuera —replicó Constanzita entre sollozos, con un rencor evidente en su mirada.
—No te atreves a golpear a los de afuera, pero v