Avery condujo a un paso constante y pronto llegaron a casa.
Adina abrió la puerta del coche, salió y se dirigió a la parte trasera para sacar a sus hijos.
"Tía Adina, por fin has vuelto".
Adina oyó una voz dulce detrás de ella.
Cuando se dio la vuelta, vio a un niño guapo con un traje vaquero que corría hacia ella. El pequeño se lanzó a sus brazos como una albóndiga.
"Harold, ¿qué haces aquí?".
Harold colocó sus brazos alrededor del cuello de Adina y dijo con tristeza: "Tengo mucha hambre. Ya no aguanto más. Quiero comer la pasta que cocinas".
Adina estaba angustiada. "No te habrás escabullido a escondidas de tu padre otra vez, ¿verdad?".
"¡No, no lo hice!". Harold negó una y otra vez con la cabeza. "Le avisé a mi papá. Solo vine después de que él dijera 'sí'".
Recordaba claramente que la tía Adina le había dicho que si se atrevía a volver a escabullirse de su casa, dejaría de verlo.
Justo en ese momento, se acercó un joven guardaespaldas que parecía tener unos veinte años. "