Fantasía

Cuando el agua caliente golpeó su piel desnuda, Amelia cerró los ojos. Su mente vagó por lugares en los que nunca se atrevería a entrar en la realidad.

Necesitaba sacar al bastardo sexy de su sistema sin tocarlo o dejar que él la tocara.

Y necesitaba hacerlo ahora o sus traidoras hormonas le jugarían una mala pasada, caería en la tentación y lo que menos quería era caer en sus brazos ahora, suficiente tenía con Dante pisando sus talones como para caer con alguién de la misma calaña.

Pero fantasear con ese hermoso demonio no era pecado y era una solución a su problema.

Con un suave gemido, Amelia comenzó a masajear sus pechos. Se acarició los pezones con una mano y permitió que la otra bajara por su vientre, sobre su montículo, hacia sus labios inferiores y pliegues internos...

Los dedos de Amelia acariciaron su pequeña protuberancia y la frotaron hasta que la fricción desató oleadas de placer que recorrieron su cuerpo.

Él era hábil, estaba deseoso y estaba listo. Constante y sensualmente, comenzó a bombear dentro y fuera de ella. Él desató una dulce y embriagadora pasión que se había escondido profundamente dentro de ella. Sus sentidos se dispararon.

Desesperadamente, inició su proceso de darse placer. No pasó mucho tiempo para que los movimientos de su mano se difuminaran entre sus piernas.

Un rato después, lanzó un gemido eufórico y jadeante. No había tenido la intención de llorar tan fuerte, pero su clímax la tomó por sorpresa. Se apoyó en la ducha para no caer. Sus piernas se sentían débiles y temblorosas. Incluso en el resplandor crepuscular, su corazón seguía latiendo con entusiasmo. Había sido muy intenso.

Cuando finalmente salió del baño, tenía los ojos vidriosos y estaba mareada por su poderoso orgasmo. Sus mejillas estaban enrojecidas y sonrosadas, y toda su aura brillaba con pura satisfacción. Cuando regresó a la sala de estar, su paciente parecía estar completamente alerta y despierto. Los ojos marrones y grises se dirigieron rápidamente hacia ella. Su cuerpo estaba tenso y rígido, pero su voz la inundó como miel fundida.

—Eso fue una ducha larga— señaló con voz ronca.

Ella le dedicó una media sonrisa lenta y perezosa.

—Las duchas largas son agradables a veces

Él sostuvo su mirada con un ferviente brillo en sus ojos. El deseo vibraba entre ellos. Parecía que él sabía exactamente lo que ella había estado haciendo en esa larga ducha durante los últimos treinta minutos.

Cortésmente, murmuró:

—Mi oferta sigue en pie, angelo

Ella fingió ignorancia

—¿Hmm? ¿Tienes hambre? Voy a preparar unos huevos y tostadas.

Su mandíbula se crispó con decepción cuando ella se retiró a la cocina, pero no insistió más en el asunto.

XXX

Para el cuarto día, pudo moverse por el apartamento con una sorprendente facilidad. Más que las docenas de delincuentes que Dante había dejado en su puerta, para bien o para mal, este hombre de ojos marrones y grises dejó una impresión duradera en ella. Su recuperación fue nada menos que milagrosa. Nunca había visto nada parecido en su carrera. Francamente, era un fenómeno de la naturaleza.

Sin embargo, una recuperación tan sólida resultó ser un arma de doble filo.

Además de mejorar su salud, también se volvió más atrevido con sus flirteos. Este comportamiento problemático, junto con el hecho de que su condición ya no requería vigilancia las veinticuatro horas del día, llevó a Amelia a regresar a su dormitorio. Ella mantenía la puerta cerrada con llave por la noche y lo dejaba dormir en su sofá, no confiaba en él. Este tipo era demasiado tentador y estaba demasiado dispuesto. Una combinación mortal. Después de la m****a que hizo con el baño de esponja, se negó a ayudarlo con más actividades de baño posteriores y, después de su pequeña escapada en la ducha, tampoco confiaba en sí misma a su alrededor.

Ella le dio luz verde a Dante para que viniera por el hombre cuyo nombre comenzaba con 'Sal', para alejarlo de ella, antes de que los dos se encontraran en un coqueteo del que solo ella terminaría lamentando.

Lo último que necesitaba era perder la cabeza por un hombre con intenciones cuestionables y vínculos aún más cuestionables con la Cosa Nostra. Su vida ya era un jodido desastre por culpa de Dante. A veces, se preguntaba cómo no había cedido ante el estrés de todo aquello. Dos años antes, cuando Dante y sus hombres la localizaron nuevamente en Queens, heredó una serie de catástrofes aparentemente de la noche a la mañana. Desde entonces, el dinero se había convertido en la raíz de todos los males de su existencia.

El dinero o la falta de él, era la razón por la que necesitaba desesperadamente conservar su trabajo en el hospital, estaba ganando seis cifras como cirujana, pero, cada mes, se preocupaba tanto por sus facturas y el saldo de sus préstamos estudiantiles que algunos mechones de su cabello castaño oscuro habían comenzado a ponerse blancos y, como siempre, su pasado estaba presente. El asunto de las deudas de su padre con Dante seguía pesando mucho en su alma.

Ahora que su paciente estaba relativamente estable y era poco probable que muriera sin una supervisión constante, necesitaba volver a trabajar... LO ANTES POSIBLE.

En ese momento, como si el universo hubiera sentido su angustia, su teléfono comenzó a sonar. Fue el Dr. Sartz. Él era su jefe de Cirugía del hospital

Ansiosamente, respondió de inmediato.

—¿Hola? Habla la Dra Ross.

Ella estaba en la cocina, podía sentir que la atención de su no invitado de la casa se deslizaba hacia ella. Estaba sentado en la sala de estar, sus ojos estaban enfocados en su teléfono, mirando fijamente y moviéndose intensamente hacia la pequeña pantalla rectangular, pero ella sintió como si él pudiera estar escuchando a escondidas. Ella no quería que él supiera nada más que lo mínimo sobre su vida privada y profesional. Para estar segura, decidió colarse en su habitación para terminar su conversación telefónica.

Para cuando volvió a salir de su dormitorio, su rostro parecía pálido y aprensivo.

Él la miró.

—¿Está todo bien?

—Si... todo está bien— respondió en voz baja.

No todo estaba bien, su vida se acaba de ir a un nuevo nivel de infierno.

No parecía convencido.

—¿Con quién hablabas por teléfono?

—Mi supervisor.

El Dr. Sartz acababa de pedir su renuncia. Aparentemente, todos los improvisados ​​"días de enfermedad" y "emergencias familiares" la habían afectado, y los últimos cuatro días de trabajo que perdió se convirtieron en la gota que colmó el vaso que selló su destino.

—¿Desde el hospital?

—Sí.

Amelia se sentía tan abrumada que apenas se dio cuenta cuando el hombre se levantó del sofá y caminó hacia ella.

Su mente seguía dando vueltas y girando fuera de control. Había mucho por hacer. Había tantas cosas que podrían salir mal si no ponía su trasero en marcha de inmediato. Necesitaba actualizar su currículum esta noche y comenzar a enviar aplicaciones a primera hora de la mañana.

—Angelo...

Su voz sacó a Amelia de sus caóticos pensamientos. Ella miró hacia arriba. Se sorprendió al encontrarlo de pie a escasos centímetros de ella, elevándose sobre su pequeño cuerpo con su altura y masa superiores.

Instintivamente, se apartó de él.

—¿Qué quieres?

Hizo una mueca ante su reacción, pero, como para aliviar sus temores, también dio un paso atrás.

—Pareces al borde de un colapso nervioso.

Amelia lo miró con una sonrisa tensa.

—Te lo aseguro, estoy bien.

Un timbre sonó en su bolsillo. Amelia sacó su teléfono y escaneó el mensaje.

Lo busco mañana a las 8 am.

Era de Dante.

Amelia miró al hombre, extendió su teléfono para mostrarle el mensaje de texto.

—Parece que te irás pronto.

—Ah, ya veo— gruñó con una expresión inescrutable.

Una sensación de tensión y hundimiento se apoderó de su pecho. Se sintió extrañamente triste. Se preguntó si él también la extrañaría un poco. Ella sabía que era una tontería por su parte sentir algún tipo de apego por él, había sabido desde el principio que solo estaba de paso por su vida. Su partida estaba ahora confirmada. Aún así, no pudo evitar desear haberse conocido en diferentes circunstancias en las que Dante no era dueño de su alma y él no era miembro de la mafia.

—Si alguna vez estás en problemas, ven a mí. Yo te ayudaré— dijo de repente.

Ella arqueó las cejas con cautela.

—¿Cómo te encontraría? Ni siquiera sé tu nombre.

—Nunca preguntaste

—Lo sé

—¿Me preguntarás ahora?

Cuanto menos supiera, mejor.

—No

Sus ojos buscaron los de ella. El fantasma de una sonrisa se posó en sus labios.

—No se parece a ninguna mujer que haya conocido antes, Dra. Ross.

La intensidad de su mirada fue desarmante.

—Sólo dices eso porque tus bolas estan azules

Él rió.

—Quizás sea uno de los motivos.

—Para que conste, no me debes nada.

Sacudió la cabeza en desacuerdo.

—Me salvaste la vida. Estoy en deuda contigo

—Solo estaba haciendo mi trabajo

Un mal humor flotaba sobre ellos como si ambos sintieran que el final estaba cerca. El anhelo floreció dentro del pecho de Amelia, pero no se atrevió a actuar en consecuencia.

Él fue el primero que rompió el silencio.

—¿Nos volveremos a ver?

—No lo creo.

Sus ojos se entrecerraron con astucia.

Al principio, no dio una respuesta, pero Amelia pudo decir claramente por su expresión indignada que su respuesta lo había disgustado.

—Espero que estés equivocado, angelo. Me gustaría mucho que nuestros caminos volvieran a cruzarse algún día.

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