Pesadilla

—¡Jamás! ¡No se lo daré!—gritó Eloísa tratando de huir de aquel hombre.

La joven no paraba de correr, mientras sentía aquellos pasos masculinos cada vez mucho más cerca. Su corazón latía con fuerza y sus piernas se encontraban a punto de desfallecer, pero aun así, se negaba a rendirse. No soltaría a su hijo, no se lo daría.

—Entrégalo—demandó Henrick con voz potente, haciéndola estremecer.

Eloísa apretó más fuerte aquel bulto entre sus brazos y negó rotundamente:

—¡Nunca!

El hombre sonrió con malicia instantes antes de arrebatarle a la criatura, dejándola sola y con una sensación de inmenso vacío.

—¡No!—se despertó Eloísa de aquella pesadilla, sintiéndola en extremo muy real.

La joven se encorvó en su lugar, continuando con un llanto que no sabía cuándo había iniciado, pero que ya no podía detener.

«No permitiré que se salga con la suya», pensó más desesperada que antes por el tema del bendito contrato.

Esa mañana, cuando bajó a desayunar en busca de su hermana, se encontró con
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