Helena se debatía entre la felicidad y la infelicidad. De día parecía una mujer distinta, sonreía a cada instante y visitaba tiendas para bebés, sin embargo, en las noches, el alcohol se había vuelto su único amigo y los empleados se habían acostumbrado a encontrarla inconsciente en el frío piso de su habitación.
Henrick había sido informado sobre esta situación, por lo que se había presentado en la mansión con la única intención de comprobar con sus propios ojos que Helena había caído en el vicio del alcoholismo.
—Suelta eso—ordenó cuando entró en la recámara y atrapó a su esposa a punto de comenzar con su jornada de embriaguez.
La mujer se quedó paralizada ante su potente voz y luego negó con altanería, sin deshacerse del vaso de whisky que sostenía en su mano derecha.
—No tienes ningún derecho a darme órdenes—la voz de Helena se alzó como en muy pocas ocasiones ocurría.
—Sabes muy bien que eso no es cierto—la contradijo el hombre con superioridad. Era normal para él, sentirs